Page 53 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

                     Como considera que el flanco de  Aliatar ya está cubierto con tu matrimonio, ha
               decidido utilizarme a mí para cubrir el otro flanco.
                     —¿Cuál?
                     —El flanco del tío  Abu  Abdalá, que está desguarnecido.  No voy a decirte que  me
               sacrifico por ti ni por el Reino. No voy a decirte que crea que la situación va a empeorar
               tanto que tú precises de ninguna ayuda para suceder a nuestro padre. Supongo que son
               imaginaciones de quienes, a fuerza de maquinar y de sembrar discordias, terminan por ver
               visiones y por sospechar que todo el mundo se dedica  a lo mismo.  Pero, como nuestra
               madre se  empeña en encontrar conveniente lo que yo encuentro agradable, vengo a
               comunicártelo: voy a casarme.
                     —¿Con Jadicha?
                     —Con Jadicha.
                     —Desde que teníamos siete años, los dos (y cuando digo ahora los dos, digo tú y ella)
               sabíais que esto sucedería.  Y, lo  que es peor para mí, yo también.  Os deseo  de todo
               corazón que seais felices.
                     No me cabe la menor duda de que contigo ella sí lo será.
                     Y comencé a recitar  unos versos que aprendimos de pequeños,  sin saber  con
               exactitud qué significaban, como una consigna de complicidad:

                     “La mano de la aurora convierte en alcanfor el almizcle sombrío de la noche”.

                     Él respondió la contraseña:

                     “Perfume por perfume, no sé con cuál quedarme.
                     Renovar los olores no es ninguna torpeza”.

                     Yo después, descargándolo de su preocupación, rematé lo más alegremente que pude
               el poema:

                     “Verdad es lo que afirmas, mas no del todo acaso, porque el almizcle es perfume de
               esponsales, y el alcanfor, perfume de mortajas”.

                     á¿Quién hubiese imaginado entonces hasta qué punto era una profecía.

                     Nunca he dormido bien; pero hace meses  que apenas duermo.  Como remedio
               empecé a emplear un recurso que a veces  me daba buenos resultados y, a veces, los
               peores.
                     Apenas apagadas las luces y abatidos los cortinajes,  cierro los ojos e imagino una
               escena lo más lejana posible de mí y de mis desvelos: un par de rostros, sin edad ni sexo,
               que se inclinan conversando sobre una mesa; un emparrado bajo el que una criada se
               atarea; un hombre que pisa la uva, calzado con los ásperos zapatos del lagar, o descalzo, y
               se detiene un momento para escuchar a alguien que le habla y que yo no veo. Se trata de
               inmovilizar poco a poco las figuras, en un proceso de concentración: las voy  viendo más
               precisas y, al mismo ritmo, yo voy dejando de ser alguien que imagina y paso a ser alguien
               que observa. Es decir, la escena está ya ahí, y yo fuera de ella como quien está mirando
               con atención una caligrafía o un paisaje, acaso asomado a una ventana. El riesgo, en el que
               incurro con frecuencia, es que, si el sueño no viene lo bastante pronto, también se traspase
               esa frontera, se deje atrás la ventana, y penetre el durmiente —o mejor, el que pretende
               dormir— en la escena que tenía que ayudarlo.  Y entonces se produce una de estas dos
               consecuencias: o el  interés por lo que sucede en la escena se acentúa, alertando por
               completo al que la observaba desinteresado, o, al revés, sobreviene el sueño más o menos

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