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JESÚS — UN MAESTRO VERDADERAMENTE DEFINITIVO
Lección 12
«…No puede ser mi discípulo»
(Lc. 14:26)
Hoy día algunas personas nos harían creer que la vida cristiana es comparable al «ven-que-lo-
que-hay-es-fiesta». No hay reflexión involucrada, ni preparación, tampoco sacrificio ni servicio.
Si algo se mantiene en consideración es la petición: «¿Dime qué más puedes hacer para
satisfacer cada uno de mis antojos y fantasías?». En el versículo que nos sirve como título, Jesús
nos enseña que nuestro amor por Él debe reemplazar al amor que tenemos por aquellos que
están más cerca de nosotros y a quienes queremos más. Por lo tanto, convertirse en cristiano y
perseverar en esa condición demanda reflexión, preparación y servicio sacrificial. Cualquier tipo
de predicación que guíe a la gente con mentalidad mundana a creer que estarán en paz con
Dios, aunque estén motivados por «la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia
de la vida…» es falsa doctrina (1 Jn. 2:16; 2 Jn. 8, 9).
¡Más que esto, nuestro Señor demanda nuestras vidas! El primer mandamiento es: «Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con toda tu
fuerza» (Mr. 12:30). Pablo dijo, con respecto a su relación con Dios, que él pertenecía y servía a
Dios (Hch. 27:23). En vista de todo lo que la Deidad ha hecho por nosotros, cosas que nunca
hubiésemos hecho ni podido hacer por nosotros mismos, cualquier cosa menos que la vida es
insuficiente. No hemos predicado plenamente el evangelio si fallamos en enfatizar: «Pues por
precio habéis sido comprados; por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro
espíritu, los cuales son de Dios» (1 Cor. 6:20).
Si yo amo a Dios y a las almas perdidas de los pecadores, daré todo de mí para dar evidencia de
lo que Pablo señaló a los corintios acerca de los macedonios. Estos cristianos dieron «más allá
de sus posibilidades» porque «…primeramente se dieron a sí mismos al Señor…».
Uno no llega a ser predicador para llegar a ser cristiano. Un predicador del evangelio es alguien
que, debido a su profunda y ferviente fe y a sus celosas convicciones, no se puede quedar
callado. Como Jeremías, los fieles predicadores del evangelio saben que la palabra de Dios «…se
convierte dentro de mí como fuego ardiente encerrado en mis huesos; hago esfuerzos por
contenerlo, y no puedo» (Jer. 20:9). Un cristiano con esa convicción no está «avergonzado del
evangelio» ni de sus principios, y junto con Pablo es capaz de declarar: «No rehuí declarar a
vosotros todo el propósito de Dios» (Ro. 1:16; Hch. 20:27).
¡Nuestro Señor y sus fieles apóstoles y evangelistas no eran pusilánimes afeminados o
aduladores! Sí, Jesús dijo, «Considerad los lirios del campo» pero también declaró a los judíos
que ellos eran una «cueva de ladrones» (Lc. 19:46). Yo sé que Él dijo lo que era necesario en
ambos casos, y que habló «…la verdad en amor…» (Ef. 4:15). ¿Podemos encontrar un mejor
modelo a seguir en el desarrollo de nuestros sermones que el modelo del Maestro por
excelencia?
Esto significa que…
1. El ateo debe ser confrontado con su error (Gén. 1:1).
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