Page 140 - Tito - El martirio de los judíos
P. 140

—¡Oh corazones de piedra, deponed vuestras armas ante una patria que
                está cayendo en ruinas! ¡Avergonzaos! ¡Daos la vuelta y contemplad la
                belleza que estáis traicionando: esta ciudad sagrada, este Templo!
                ¿Queréis que todo esto sea destruido? ¡Apiadaos de vuestras familias!


                Siguió avanzando.

                —Sé que tenéis en vuestro poder, en medio de tanto peligro, a mi madre,
                a mi esposa, a mi estirpe, no carente de nobleza, y mi casa, que es de
                alcurnia; por eso puede que os parezca que sólo os doy estos consejos
                para salvarlos…

                Se le quebró la voz, y cuando prosiguió le salió cascada, más aguda:


                —¡Matadlos! —gritó—. ¡Tomad mi sangre a cambio de vuestra
                salvación!

                Se golpeó el pecho con los puños cerrados a la vez que decía:


                —¡Yo también estoy dispuesto a morir con tal de que mi muerte os
                devuelva la sabiduría y la razón!

                Se limitaron a responder con una lluvia de piedras, la más rabiosa y
                abundante que nos hubiese jamás venido encima.


                Retrocedí, intentando tirar de Flavio Josefo, pero estaba empeñado en
                seguir gritando: «¡Estoy dispuesto a morir!».


                De repente vi que su cabeza se ladeaba y que le sangraba el rostro. Se
                derrumbó antes de que me diese tiempo de sujetarlo.

                Me arrodillé a su lado.


                Descubrí la brecha en su frente, sin duda provocada por una esquirla
                afilada. El corte era largo y profundo, y la sangre brotaba, muy roja.
                Josefo tenía los ojos cerrados, el cuerpo inerte, sin sentido; pensé que
                había muerto.


                Oí los gritos de alegría, los clamores de triunfo de los judíos. Pude
                verlos sobre las murallas esgrimiendo sus venablos y sus espadas.
                Varias decenas salieron de una de las torres de la fortaleza Antonia.


                Hicieron huir a los soldados romanos que estaban realzando el terreno.
                Corrieron hacia nosotros blandiendo sus armas con la intención de
                apoderarse del cuerpo de Flavio Josefo y llevarlo a rastras hasta la
                ciudad para exponerlo, profanarlo.


                Lo trasladé al campamento romano lo antes posible. Unos soldados se
                adelantaron para contener el asalto de los judíos. Un escuadrón de
                caballería acudió en su ayuda y los judíos se replegaron en la torre




                                                                                                   140/221
   135   136   137   138   139   140   141   142   143   144   145