Page 144 - Tito - El martirio de los judíos
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mientras que unos combatientes surgían de la muralla, atacaban a
nuestros soldados con tal audacia, tal valor, que los infantes
retrocedieron hasta las lindes del campamento, a pesar de las órdenes
de centuriones y tribunos.
Se produjo una confusa refriega.
Vi a Tito agrupando a sus soldados, lanzándolos al contraataque. Luego
el polvo, además del humo de los incendios, se tragó a los judíos y a
nuestros soldados en medio de los aullidos de la noche.
Cuando el viento se levantó, los mismos aledaños del campamento
estaban cubiertos de cadáveres. Los restos calcinados de las máquinas
yacían sobre los desmoronados terraplenes.
Todo el trabajo realizado en los días pasados había quedado arruinado.
Me crucé con unos centuriones exhaustos, con el cuerpo ennegrecido
por el hollín y la sangre. Sus ojos expresaban desasosiego.
Los judíos los habían vuelto a humillar, obligado a huir, tras lo cual
regresaron a sus torres y a la muralla, desde la que insultaban,
cantaban victoria y daban gracias a su dios.
Nadie les contestaba.
Adiviné el desánimo y la duda de esos infantes acostumbrados a vencer
y a los que unos asediados hambrientos estaban consiguiendo mantener
en jaque.
¿Acaso eran la desesperación y la fe más poderosas que la disciplina?
¿Iba a resistir esa ciudad sagrada al mayor imperio del género humano?
¿Era el dios de los judíos más poderoso que Júpiter?
Constaté que el dios al que yo rezaba, aquel a quien habían crucificado,
dejaba que los hombres, judíos y romanos, llevaran hasta el extremo sus
luchas y su locura.
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