Page 194 - Tito - El martirio de los judíos
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sensación de que se me estaban formando placas duras en la piel, como
                esas costras blancuzcas que había visto a orillas del mar Muerto.

                —Mañana —me dijo Flavio Silva sentándose a mi lado— ordenaré que
                trasladen las máquinas de asedio hasta la rampa de acceso.


                Hablaba como para sí mismo, con las manos cruzadas, los codos
                apoyados en las rodillas, el busto erguido.

                —Esos judíos creían que iban a desanimarme —prosiguió—. Ya ni nos
                atacan de lo convencidos que están de que jamás conseguiremos lanzar
                nuestros proyectiles contra su recinto ni quebrantarlo con nuestros
                arietes. No conocen la tenacidad de los soldados de Roma.


                —Como quemen las máquinas… —empecé a decir.


                Me interrumpí ante la irritada y hostil mirada de Flavio Silva.

                —Estuve en Jerusalén —murmuré—. He visto los arietes, las helepolas,
                las balistas y los escorpiones destruidos por los judíos. Hasta he visto a
                nuestros soldados retroceder.

                Se levantó.


                —¿Por qué has venido hasta aquí? ¿Te gusta Judea? ¿La guerra? Pero no
                eres soldado. ¿Quizás te gusten los judíos? Me han dicho que en
                Jerusalén elegiste por mujer a una cautiva. ¿Está aquí? Soltó una
                risotada.












































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