Page 190 - Tito - El martirio de los judíos
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Se había convertido en un judío romano satisfecho de poder celebrar las
festividades de su religión, pero había renunciado a darle cobijo en una
patria, en torno a un pueblo.
Veía que Flavio Josefo y Tiberio Alejandro, al igual que el rey Agripa y la
reina Berenice, eran más ciudadanos del Imperio que judíos.
Entonces regresaba rápidamente a mi casa, ansioso por volver a
encontrarme con Leda ben Zacarías, cuyo comportamiento me
resultaba entonces comprensible. Su mutismo era su personal manera
de afirmar su fidelidad a su pueblo.
Yo le había ofrecido ser ciudadana de Roma. Ella quería ser libre y
judía.
¿Acaso me sorprendí cuando, en la penumbra de mi habitación, tropecé
con el cuerpo de Telos?
En realidad, siempre había sabido que, de un modo u otro, mediante la
muerte o la huida, el silencio o la pasividad, Leda se me escurriría. Por
lo demás, jamás la había poseído de verdad.
Los esclavos trajeron lámparas y velas.
A Telos le habían dado una puñalada a la altura del corazón.
La herida se limitaba a una pequeña cortadura apenas sangrante. Pero
la cuchilla era larga y afilada, y su punta había traspasado la vida de mi
esclavo.
Contemplé su cuerpo con el puñal todavía clavado en el pecho.
Me extrañaba que Leda no me hubiese matado durante una de las
muchas noches que había pasado junto a ella.
Puede que quisiera agradecerme así el haberle evitado la suerte de las
demás cautivas.
Me la imaginé sola por Roma, expuesta a todos los peligros que
acechaban a una mujer en medio de esa multitud tan presta a asaltar y
a asesinar.
Pero también pensé que no carecía de fuerza y de decisión. Animada por
una fe tan vigorosa e indestructible, conseguiría sobrevivir y regresar a
su tierra para seguir luchando.
Cerré los ojos. La vi, de pie, desafiando a Roma desde lo alto de las
murallas de Masada.
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