Page 207 - Tito - El martirio de los judíos
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Recalcaba esas últimas palabras, las repetía. Aconsejaba la paciencia.
                Murmuraba, y todos se acercaban para oírlo:

                —Judío, construiste el Templo y ha quedado destruido. No lo
                reconstruyas antes de haber oído una voz del Cielo. Pero nunca olvides
                lo que fue, sigue recordando lo que has perdido. Observa los ritos de
                duelo en el aniversario de su destrucción. No enluzcas todas las paredes
                de tu nueva casa, deja que una de ellas raspe, para que tu piel se arañe
                en memoria del Templo destruido. Y si ofreces un banquete, renuncia a
                uno de los platos para conmemorar lo que has perdido privándote de un
                placer. Y que tu mujer se desprenda de uno de sus aderezos para que, en
                su alborozo, subyazca algo de la pena que todo judío debe sentir en
                memoria del Santuario y de Jerusalén.


                Seguí durante varios días las enseñanzas de Gamaliel.

                Miré el rostro de aquellos hombres, a menudo jóvenes, que lo
                escuchaban, atentos, ensimismados.


                Me convencí de que no se puede destruir la fe de un pueblo cuando cada
                alma se convierte en un templo, en un lugar de oración.


                ¿Qué puede entonces hacer el soldado arrojando una antorcha en un
                santuario, y qué ariete, qué catapulta pueden quebrantar los cimientos
                de la fe?


                Habría que exterminar a todo un pueblo, a todos sus hijos. Pero siempre
                se libraría alguno de ellos de la masacre. Y su alma sería un nuevo
                templo a partir del cual se propagaría la fe.

                Confié esos pensamientos a Anán. Lo vi sonreír por vez primera, y
                empezó a hablarme de Moisés.


                Lo interrogué sobre esa religión de Cristo, quien, también él, según
                afirmaban sus discípulos —algunos de los cuales vivían en Yavne—, se
                había librado de la matanza de los recién nacidos ordenada por
                Herodes.


                —Dios es Uno —murmuró Anán.

                —¿Y el hijo, quién es?


                —Estamos esperando al hijo, todavía no ha llegado.

                —¿Y ese que murió en la cruz?


                —Tantos hermanos nuestros han muerto crucificados, los has visto
                padecer en las colinas de Jerusalén.

                —Pero Cristo resucitó —musité contemplando el cielo de Judea.




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