Page 211 - Tito - El martirio de los judíos
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En cuanto a Catulo, gobernador, magistrado de Roma, se libró con una
simple reprimenda.
—Dios lo castigará —me repitió Flavio Josefo. Unos meses después, me
contó el atroz final de aquel que calificaba de malvado.
Catulo había sido fulminado por una enfermedad complicada, incurable.
Pero no sólo había sido castigado su cuerpo.
—Dios golpeó su alma —insistió Flavio Josefo—. A Catulo lo despertaban
cada noche unas apariciones aterradoras. Había ordenado la muerte de
más de tres mil judíos. Cada una de sus víctimas se alzaba contra él.
Gritaba como si lo estuvieran sometiendo a tortura. ¡Y así era!
Como la enfermedad no dejaba de agravarse, Catulo acabó evacuando
sus intestinos, carcomidos por úlceras, y murió.
—Dios se encarga, Sereno, de castigar a los malvados.
Pero por Roma seguían corriendo rumores llenos de envidia y de odio.
La tomaban con Berenice, demasiado bella, demasiado altiva, oriental,
judía.
Se decía que el emperador no dejaba de repetir a Tito que no podría
acceder al trono si se sospechaba que quería casarse con la reina de
Judea.
Algunos murmuraban que los esponsales ya se habían celebrado.
Una noche, Flavio Josefo entró en mi casa y se tumbó en la cama, junto
a la mesa, frente a mí.
—Berenice embarca mañana desde Ostia en un trirreme imperial —me
dijo—. Tito la manda de vuelta a Judea. A su pesar, de él y de ella.
Añadió:
—Nadie sino Dios puede cambiar la realidad del mundo.
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