Page 209 - Tito - El martirio de los judíos
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a esa reina judía, a esa Berenice que se había casado tres veces, y de la
                que se sabía que aspiraba a casarse con Tito. ¡Éste la había hospedado
                en el palacio imperial! ¡Una reina oriental que había tenido relaciones
                incestuosas con su hermano Agripa! ¿Podía ser esa una futura
                emperatriz digna de Roma?


                Ya había oído antes esas palabras. Pero se iban haciendo más violentas.

                Se decía del barrio judío de la orilla derecha del Tíber que era el más
                sucio de Roma. De allí venían todos los mendigos que infestaban las
                calles de la ciudad.

                —Los judíos descienden de los leprosos expulsados de Egipto —repetía
                Tácito.


                A su entender, corrompían Roma con sus supersticiones, sus profecías,
                su negativa a celebrar el culto del emperador, o sea, con su impiedad, la
                cual les hacía condenar todos los sacrificios a las divinidades del
                Imperio. ¿Acaso habíamos destruido el Templo de Jerusalén, matado a
                los rebeldes de Galilea y de

                Judea para que la influencia de los judíos pesara aún más en Roma?


                Y también estaban los discípulos de Cristo, ese otro judío.


                Llegué a oír a ciudadanos echando de menos la época de Nerón, cuando
                atormentaban a los cristianos y el emperador citarista enviaba a
                Vespasiano a Galilea para aplastar a sicarios y zelotes. Pero éstos, una
                vez vencidos, habían hallado cómplices en Roma entre esos judíos de
                quienes Vespasiano y su hijo Tito se rodeaban.

                Me susurraban que pronto serían desenmascarados y que el emperador
                se vería obligado a expulsarlos.


                Me preocupaba Flavio Josefo.

                Conservaba el recuerdo de las persecuciones. Veía elevarse los muros
                del gran anfiteatro cuya construcción había ordenado Vespasiano.
                ¿Acabarían entregando algún día allí a judíos y cristianos a las fieras?

                Fui a ver a Flavio Josefo para avisarlo de los peligros a que estaba
                expuesto.


                Me explicó que estaba empezando a escribir una historia de la guerra de
                Judea. Era el único que conocía todos sus aspectos.


                —Voy a tomar como punto de partida —me dijo— el período en que se
                detuvieron nuestros historiadores y nuestros profetas.

                Luego alzó la voz.





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