Page 44 - Tito - El martirio de los judíos
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Capítulo 6




                LA siguiente presa era Jotapata, la ciudad de Josefo ben Matías.

                Fue en el norte de Jotapata, a pocos centenares de pasos de las murallas
                de la ciudad, en lo alto de una colina, donde vi a Flavio Vespasiano alzar
                el brazo derecho, trazar en el aire ardiente de pleno verano un
                cuadrado y dar un talonazo en el suelo, ordenando así instalar en aquel
                lugar el campamento de las legiones.


                Se volvió hacia Tito, a cuyo lado me encontraba.

                —Los judíos deben ver nuestras águilas, nuestras insignias, nuestras
                máquinas de asedio, y oír nuestras trompetas día y noche, saber que
                somos más de sesenta mil. El terror debe adueñarse de ellos, la muerte
                acogotarlos antes de que se la procuremos nosotros. ¡Quiero que se
                caguen por las patas abajo y tengan que agarrarse el vientre!


                Cruzó ambas manos sobre el suyo, contrayendo el rostro como si fuera
                a aliviarse, allí, delante de sus legados y sus tribunos. Todos sabíamos
                que padecía unos cólicos que lo obligaban a contorsionarse a la vez que
                el rostro se le deformaba con muecas de dolor. Repitió:


                —¡Quiero que se caguen encima, que apesten a mierda, que revienten en
                la mierda!


                Así empezó el asedio de Jotapata.


                El miedo empezó surtiendo efecto.

                La primera noche, unos hombres aterrados abandonaron la ciudad y se
                presentaron ante nuestros centinelas para explicarles que habían
                desertado y que no querían luchar contra los romanos.

                Llevaron a dichos desertores ante Flavio Vespasiano y Tito. Los
                obligaron a arrodillarse y a contar lo que sabían.


                Algunos se negaron a hablar. Oí sus gritos mientras los verdugos los
                desollaban.

                Otros, enteramente empapados de sudor, hablaron de su jefe, ese Josefo
                ben Matías al que toda Galilea y toda Judea respetaban, al que los
                habitantes de Jotapata obedecían. Era un hombre joven y sabio,
                procedente de un linaje de grandes sacerdotes, que había aprendido de
                los romanos el arte de la guerra. Josefo quería resistir hasta el otoño,
                cuando la lluvia inundara la campiña y llenara las cisternas de la





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