Page 47 - Tito - El martirio de los judíos
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Vespasiano se negó a que lo ayudaran a bajarse del caballo. Caminó
solo, cojeando, apartando y a la vez tranquilizando a los soldados.
Hizo que dos de ellos lo auparan sobre sus hombros.
Soltó:
—¿Quién me vengará?
Todos gritaron, esgrimiendo sus armas.
Vespasiano añadió que había que tomárselo con calma para que el
asalto tuviera éxito. Destruirían esa ciudad y sólo perdonarían la vida a
los niños más pequeños y a las mujeres.
—¡Muerte a todos los demás!
Fue a los cuarenta y siete días de asedio, cuando el terraplén construido
por los soldados dominó las murallas, cuando se presentó un desertor.
Tito lo interrogó.
Aún estaba cubierto de polvo. Acabábamos de regresar, con unos
cuantos miles de hombres, de una expedición al sur de Jotapata.
Habíamos sitiado la ciudad de Jafa. Habíamos visto morir a una parte
de sus habitantes contra las fortificaciones de la ciudad, cuyos
defensores, sus hermanos, sus padres, sus maridos, se negaron a abrir
las puertas por temor a que nos abalanzáramos dentro.
Dichos habitantes, tras pasar unos días en los barrancos al pie de las
murallas, acabaron implorando nuestra ayuda, agua, pan. Las mujeres
nos tendían a sus hijos.
Y los dejamos agonizar entre las murallas y nuestras líneas.
Luego tomamos por asalto Jafa y la conquistamos.
Fue una carnicería: unos miles de niños y de mujeres camino de la
esclavitud entre cadáveres de hombres.
Ahora escuchaba al desertor, arrodillado, trabado de piernas y brazos,
contarnos que los defensores de Jotapata eran poco numerosos, que
estaban debilitados y que los centinelas se dormían durante el último
turno tras haber combatido durante todo el día y parte de la noche.
Ése era pues el momento en que los romanos debían atacar.
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