Page 52 - Tito - El martirio de los judíos
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defendió, pero no se atrevieron a ejecutarlo, por el gran prestigio de que
aún gozaba.
La mujer se ocultó la cara con las manos, y siguió hablando,
lamentándose, arrepentida por no haber dicho a sus compañeros que
Josefo se disponía a engañarlos, a traicionarlos cuando les propuso
matarse unos a otros.
Les dijo: «¡Ya que hemos decidido morir, echemos a suerte el orden de
nuestra muerte! Que quien saque el primer número sea abatido por
quien tenga el número siguiente. ¡Así el destino nos alcanzará a todos
sin que nadie muera por su propia mano!».
De repente se incorporó, apoyándose sobre mis hombros, gritando que
Josefo había obtenido el último número, y los demás, convencidos de que
respetaría la regla adoptada, empezaron a matarse uno tras otro.
—Supe por su mirada que había hecho trampa —me dijo la mujer—.
Iba a seguir viviendo. Por eso ya no quise morir y me escapé.
Se derrumbó llorando, y dijo:
—Debe de estar vivo dentro de la cueva, entre los cadáveres. Hasta
puede que no haya matado al hombre que debía degollar y lo haya
convencido de que sobreviva con I.
La ayudé a caminar y me condujo hasta la cisterna.
Grité:
—¡Josefo ben Matías! Soy Sereno, caballero al servicio del legado Tito y
del general Flavio Vespasiano. Prometen perdonarte la vida. Roma sabe
mostrarse generosa con quienes la han combatido valientemente. Y tú
has sido valiente, Josefo. El general Vespasiano y Tito reconocen que
eres un soldado valeroso.
Al cabo de un rato, vi acercarse a Josefo ben Matías, el general de los
judíos de Galilea.
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