Page 51 - Tito - El martirio de los judíos
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Nada más verme, se arrodilló y me dijo a gritos que si prometía salvarle
                la vida, me entregaría a Josefo ben Matías, con quien había
                permanecido oculta durante tres días.

                Me senté a su lado, sobre el polvo. Oía el zumbido de los moscones
                revoloteando de un cadáver a otro.

                —Si hablas, protegeré tu vida —le dije—. Si no, los verdugos te
                quemarán hasta que sueltes aullando lo que sabes.


                Empezó a confesar con voz entrecortada, jadeante.


                La interrumpí. Ordené que le dieran de beber. Luego me incliné hacia
                ella y la escuché.


                Justo cuando ocupábamos la ciudad, Josefo se había sumergido en una
                profunda cisterna en uno de cuyos lados se abría una cueva espaciosa,
                invisible para quienes miraban desde arriba. Allí se encontraba ya la
                mujer junto con algunas personalidades de la ciudad que habían
                acondicionado aquel espacio y acumulado víveres en él.

                Josefo se sentó junto a ella. Al día siguiente, le confió que había tenido
                durante la noche una inspiración que sólo podía proceder de Dios.


                Había ofrendado a Dios —confió a la mujer—una oración que me repitió
                literalmente: «Ya que has dispuesto castigar a esta nación judía por ti
                creada, y que la Fortuna sólo favorece a los romanos, ya que has
                elegido mi espíritu para anunciar el porvenir, voy a entregarme
                voluntariamente a los romanos. Acepto vivir, pero te tomo por testigo de
                que voy a salir de esta cueva no como un traidor, sino como tu
                servidor».


                La voz de la mujer tembló al repetirme esa oración de Josefo.

                —¡Sólo quería vivir, librarse de la muerte!


                Había avisado a sus compañeros, quienes se habían indignado y
                acusado a Josefo de negarse a morir luchando, de preferir la
                servidumbre a la muerte. Y amenazaron con matarlo: «¡Morirás como
                general de los judíos, si lo haces voluntariamente —le dijeron—; pero
                como traidor, si lo haces por la fuerza!».


                —Nos estuvo hablando durante todo el día —prosiguió la mujer— para
                convencernos de que el suicidio era un acto contra natura para todos
                los seres vivos, e impío para con Dios que nos ha creado. Iba de uno a
                otro repitiendo: «¡A aquellos cuya locura criminal ha armado la mano
                contra sí mismos, a ésos les espera el rincón más oscuro del Hades
                como cobijo de sus almas, y Dios padre se vengará en sus descendientes
                de los crímenes de los padres!». Pero ninguno de nosotros nos dejamos
                convencer. Los hombres se abalanzaron sobre él como para matarlo. Se




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