Page 46 - Tito - El martirio de los judíos
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Los tres círculos de tropas se iban estrechando, como las tiras de cuero
                alrededor del cuello de un condenado.

                Pero cada vez que quedaba abierta una brecha en las murallas, los
                judíos la taponaban primero con sus cuerpos, luego con nuevas piedras.


                Cuando Vespasiano ordenó levantar un terraplén para dominar las
                defensas de la ciudad, los judíos añadieron tierra y piedras a sus
                murallas para que siguieran estando más altas. Y ningún arquero árabe,
                ningún hondero sirio pudo impedirles transportar dichos materiales. Los
                hombres heridos eran sustituidos de inmediato por mujeres que se unían
                a los combatientes.


                Yo los observaba. El hedor a muerte flotaba por encima de Jotapata y de
                los barrancos. Debían de estar muriéndose de hambre y de sed en esa
                ciudad aplastada por el calor de julio y sometida día y noche a nuestros
                ataques.


                Pero, para provocarnos, Josefo ben Matías ordenó colgar de las
                murallas trapos empapados de agua, ¡y ésta chorreaba como un reto!

                ¡Los judíos no morirían de hambre o de sed, sino empuñando las armas!


                Organizaban salidas a diario, atacaban las máquinas de asedio, nuestro
                campamento, mataban, incendiaban, obligaban a las cohortes a
                retroceder, a huir.


                Y cuando los judíos se refugiaban de nuevo tras sus murallas, veía a los
                soldados avergonzados, humillados, reconstruir las empalizadas de su
                campamento, traer nuevas máquinas de asedio, apretar los puños de
                impotencia y rabia.


                Vespasiano, con cara de tormento y el cuerpo echado hacia adelante,
                caminaba o cabalgaba de un punto a otro, ordenaba que se
                construyeran torres de asalto más altas que las murallas y cubiertas de
                hierro para que los judíos no pudieran destruirlas con fuego.


                Un día en que me encontraba junto a Tito, en su tienda, oí unos chillidos,
                un ruido de carrera de soldados gritando que Flavio Vespasiano había
                sido herido y que llegaba al campamento.


                Nos precipitamos hacia él.

                Una flecha había alcanzado a Vespasiano en el empeine del pie. La
                sangre ya se había secado. La herida era superficial, pero los soldados
                que lo rodeaban estaban preocupados. ¿No sería una señal de los
                dioses? ¿La prueba de que Yahvé, ese dios al que los judíos invocaban,
                era más poderoso que Júpiter y que Marte?







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