Page 105 - Aldous Huxley
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                  En  la penumbra cinematográfica, Bernard aventuró un gesto que, en el pasado, ni
                  siquiera en las más absolutas tinieblas hubiese osado intentar. Fortalecido por su nueva
                  sensación de importancia, pasó un brazo por la cintura de la Maestra Jefe. La cintura
                  cedió a su abrazo, doblándose como un junco. Bernard se disponía a esbozar un beso o
                  dos, o quizás un pellizco, cuando se hizo de nuevo la luz.

                  -Tal vez será mejor que sigamos -dijo Miss Keatte.


                  Y se dirigió hacia la puerta.

                  Un momento más tarde, el Preboste dijo:


                  -Ésta es la sala de Control Hipnopédico.

                  Cientos de aparatos de música sintética, uno para cada dormitorio, aparecían alineados
                  en estantes colocados en tres de los lados de la sala; en la cuarta pared se hallaban los
                  agujeros donde debían colocarse los rollos de pista sonora en los que se imprimían las
                  diversas lecciones hipnopédicas.


                  -Basta colocar el rollo aquí -explicó Bernard, interrumpiendo al doctor Gaffney-, pulsar
                  este botón...

                  -No, este otro -le corrigió el Preboste, irritado.

                  -O este otro, da igual. El rollo se va desenrollando. Las células de selenio transforman
                  los impulsos luminosos en ondas sonoras, y...


                  -Y ya está -concluyó el doctor Gaffney.

                  -¿Leen a Shakespeare? -preguntó el Salvaje mientras se dirigían hacia los laboratorios
                  Bioquímicos, al pasar por delante de la Biblioteca de la Escuela

                  -Claro que no -dijo la Maestra Jefe, sonrojándose.


                  -Nuestra Biblioteca -explicó el doctor Gaffney- contiene sólo  libros  de  referencia. Si
                  nuestros  jóvenes  necesitan  distracción pueden ir al sensorama. Por principio, no los
                  animamos a dedicarse a diversiones solitarias.


                  Cinco autocares llenos de muchachos y muchachas que cantaban o  permanecían
                  silenciosamente abrazados pasaron por su lado, por la pista vitrificada.


                  -Vuelven  del  Crematorio  de Slough -explicó el doctor Gaffney, mientras Bernard, en
                  susurros, se citaba con la Maestra Jefe para aquella misma noche-. El condicionamiento
                  ante la muerte empieza a los dieciocho meses. Todo crío pasa dos mañanas cada semana
                  en un Hospital de Moribundos. En estos hospitales encuentran los mejores juguetes, y se
                  les obsequia con helado de chocolate los días que hay defunción. Así aprenden a aceptar
                  la muerte como algo completamente corriente.

                  -Como cualquier otro proceso fisiológico -exclamó la Maestra Jefe, profesionalmente.
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