Page 107 - Aldous Huxley
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                  -Pero ¿es que no le gustas? -preguntó Fanny. -A veces creo que sí, y otras creo que no.
                  Siempre  procura  evitarme; sale de su estancia cuando yo entro en ella; no quiere
                  tocarme; ni siquiera mirarme. Pero a veces me vuelvo súbitamente, y  lo  pillo
                  mirándome;  y entonces..., bueno, ya sabes cómo te miran los hombres cuando les
                  gustas.

                  Sí, Fanny lo sabía.


                  -No llego a entenderlo -dijo Lenina.

                  No lo entendía, y ello no sólo la turbaba, sino que la trastornaba profundamente.


                  -Porque, ¿sabes, Fanny?, me gusta mucho.

                  Le  gustaba cada vez más. Bueno, hoy se me ofrece una excelente ocasión, pensaba,
                  mientras se perfumaba, después del baño. Unas gotas más de perfume; un poco más.
                  Una ocasión excelente. Su buen humor se vertió en una canción:

                  Abrázame hasta embriagarme de amor,


                  bésame hasta dejarme en coma;

                  abrázame, amor, arrímate a mí;

                  el amor es tan bueno como el soma.


                  Arrellanados en sus butacas neumáticas, Lenina y el Salvaje, olían y escuchaban. Hasta
                  que llegó el momento de ver y palpar también.

                  Las luces se apagaron; y en las tinieblas surgieron unas letras llameantes, sólidas, que
                  parecían flotar en el aire. Tres semanas en helicóptero. Un film sensible, supercantado,
                  hablado sintéticamente, en color y estereoscópico, con acompañamiento sincronizado de
                  órgano de perfumes.


                  -Agarra  esos  pomos  metálicos  de  los brazos de tu butaca -susurró Lenina-. De lo
                  contrario no notarás los efectos táctiles.

                  El salvaje obedeció sus instrucciones.

                  Entretanto, las letras llameantes habían desaparecido; siguieron diez segundos de
                  oscuridad total; después, súbitamente, cegadoras e incomparablemente más reales de lo
                  que hubiesen podido parecer de haber sido de carne y hueso, más reales que la misma
                  realidad, aparecieron las imágenes estereoscópicas, abrazadas, de un negro gigantesco y
                  una hembra Beta-Más rubia y braquicéfala.


                  El Salvaje se sobresaltó. ¡Aquella sensación en sus propios labios! Se llevó una mano a
                  la boca; las cosquillas cesaron; volvió a poner la mano izquierda en el pomo metálico y
                  volvió a sentirlas. Entretanto, el órgano de perfumes, exhalaba almizcle puro. Agónica,
                  una superpaloma zureaba en la pista sonora: ¡Oh..., oooh ... ! Y, vibrando a sólo treinta
                  y dos veces por segundo, una voz más grave que el bajo africano contestaba: ¡Ah...,
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