Page 112 - Aldous Huxley
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-Y ahora, amigos -dijo el Archichantre de Canterbury, con su hermosa y sonora voz, la
voz en que conducía los oficios de las celebraciones del Día de Ford-, ahora, amigos,
creo que ha llegado el momento...
Se levantó, dejó la copa, se sacudió del chaleco de viscosa púrpura las migajas de una
colación considerable, y se dirigió hacia la puerta.
Bernard se lanzó hacia delante para detenerle. -¿De verdad debe marcharse,
Archichantre... ? Es muy temprano todavía. Yo esperaba que...
¡Oh, sí, cuántas cosas había esperado desde el momento que Lenina le había dicho
confidencialmente que el Archichantre Comunal aceptaría una invitación si se la
enviaba! ¡Es simpatiquísimo! Y había enseñado a Bernard la pequeña cremallera de oro,
con el tirador en forma de T, que el Archichantre le había regalado en recuerdo del fin
de semana que Lenina había pasado en la Cantoría Diocesana. Asistirán el Archichantre
Comunal de Canterbury y Mr. Salvaje. Bernard había proclamado su triunfo en todas las
invitaciones enviadas. Pero el Salvaje había elegido aquella noche, precisamente aquella
noche, para encerrarse en su cuarto y gritar: Hání!, y hasta (menos mal que Bernard no
entendía el zuñí) Sons éso tse-ná! Lo que había de ser el momento cumbre de toda la
carrera de Bernard se había convertido en el momento de su máxima humillación.
-Había confiado tanto en que... -repetía Bernard, tartamudeando y alzando los ojos hacia
el gran dignatario con expresión implorante y dolorida.
-Mi joven amigo -dijo el Archichantre Comunal en un tono de alta y solemne severidad;
se hizo un silencio general-. Antes de que sea demasiado tarde. Un buen consejo. -Su
voz se hizo sepulcral-. Enmiéndese, mi joven amigo, enmiéndese.
Hizo la señal de la T sobre su cabeza y se volvió.
-Lenina, querida -dijo en otro tono-. Ven conmigo.
Arriba, en su cuarto, el Salvaje leía Romeo y Julieta.
Lenina y el Archichantre Comunal se apearon en la azotea de la Cantoría.
-Date prisa, mi joven amiga..., quiero decir, Lenina -la llamó el Archichantre,
impaciente, desde la puerta del ascensor.
Lenina, que se había demorado un momento para mirar la luna, bajó los ojos y cruzó
rápidamente la azotea para reunirse con él.
Una nueva Teoria de Biología. Éste era el título del estudio que Mustafá Mond acababa
de leer. Permaneció sentado algún tiempo, meditando, con el ceño fruncido, y después
cogió la pluma y escribió en la portadilla: El tratamiento matemático que hace el autor
del concepto de finalidad es nuevo y altamente ingenioso, pero herético y, con respecto
al presente orden social, peligroso y potencialmente subversivo. Prohibida su
publicación. Subrayó estas últimas palabras. Debe someterse a vigilancia al autor. Es
posible que se imponga su traslado a la Estación Biológica Marítima de Santa Elena.
Una verdadera lástima, pensó mientras firmaba. Era un trabajo excelente. Pero en