Page 116 - Aldous Huxley
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                  avergonzaban y hacía esfuerzos y tomaba soma para librarse de ellos. Pero sus esfuerzos
                  resultaban inútiles; y las vacaciones de soma tenían sus intervalos inevitables. El odioso
                  sentimiento volvía a él una y otra vez.


                  En su tercera entrevista con el Salvaje, Helmholtz le recitó sus versos sobre la Soledad.

                  -¿Qué te parecen? -le preguntó luego.


                  El Salvaje movió la cabeza.

                  -Escucha esto -dijo por toda respuesta.


                  Y abriendo el cajón cerrado con llave donde guardaba su roído librote, lo abrió y leyó:

                  Que el pájaro de voz más sonora


                  pasado en el solitario árbol de Arabia

                  sea el triste heraldo y trompeta ...


                  Helmholtz lo escuchaba con creciente excitación. Al oír lo del solitario árbol de Arabia
                  se sobresaltó; tras lo de tú, estridente heraldo sonrió con súbito placer; ante el verso toda
                  ave de ala tiránica sus mejillas se arrebolaron; pero al oír lo de música mortuoria
                  palideció y tembló con una emoción que jamás había sentido hasta entonces. El Salvaje
                  siguió leyendo.


                  La propiedad se asustó


                  al ver que el yo no era ya el mismo;

                  dos nombres para una sola naturaleza,

                  que ni dos ni una podía llamarse.


                  La razón, en sí misma confundida,

                  veía unirse la división ...


                  -¡Orgía-Porfía!  -gritó  Bernard, interrumpiendo la lectura con una risa estruendosa,
                  desagradable-. Parece exactamente un himno del Servicio de Solidaridad.


                  Así se vengaba de sus dos amigos por el hecho de apreciarse más entre sí de lo que le
                  apreciaban a él.

                  Sin embargo, por extraño que pueda parecer, la siguiente interrupción, la más
                  desafortunada de todas, procedió del propio Helmholtz.

                  El Salvaje leía Romeo y Julieta en voz alta, con pasión intensa y estremecida (porque no
                  cesaba de verse a sí mismo como Romeo y a Lenina en el lugar de Julieta). Helmholtz
                  había  escuchado  con  interés  y  asombro  la escena del primer encuentro de los dos
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