Page 114 - Aldous Huxley
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pesar de saber todo esto y de reconocerlo, a pesar del hecho de que el consuelo y el
apoyo de su amigo eran ahora su único sostén, Bernard siguió alimentando,
simultáneamente con su sincero pesar, un secreto agravio contra el Salvaje, y no cesó de
meditar un plan de pequeñas venganzas a desarrollar contra él mismo. Alimentar un
agravio contra el Archichantre comunal hubiese sido inútil; y no había posibilidad
alguna de vengarse del Envasador Jefe o del Presidente Ayudante. Como víctima, el
Salvaje poseía, para Bernard, una gran cualidad por encima de los demás: era
vulnerable, era accesible. Una de las principales funciones de nuestros amigos estriba en
sufrir (en formas más suaves y simbólicas) los castigos que querríamos infligir, y no
podemos, a nuestros enemigos.
El otro amigo-víctima de Bernard era Helmholtz. Cuando, derrotado, Bernard acudió a
él e imploró de nuevo su amistad, que en sus días de prosperidad había juzgado inútil
conservar, Helmholtz se la concedió.
En su primera entrevista después de la reconciliación, Bernard le soltó toda la historia
de sus desdichas y aceptó sus consuelos. Pocos días después se enteró, con sorpresa y
no sin cierto bochorno, de que él no era el único en hallarse en apuros. También
Helmholtz había entrado en conflicto con la Autoridad.
-Fue por unos versos -le explicó Helmholtz-. Yo daba mi curso habitual de Ingeniería
Emocional Superior para alumnos de tercer año. Doce lecciones, la séptima de las
cuales trata de los versos. Sobre el uso de versos rimados en Propaganda Moral, para ser
exactos. Siempre ilustro mis clases con numerosos ejemplos técnicos. Esta vez se me
ocurrió ofrecerles como ejemplo algo que acababa de escribir. Puro desatino, desde
luego; pero no pude resistir la tentación. -Se echó a reír-. Sentía curiosidad por ver
cuáles serían las reacciones. Además -agregó, con más gravedad-, quería hacer un poco
de propaganda; intentaba inducirles a sentir lo mismo que yo sentí al escribir aquellos
versos. ¡Ford! -Volvió a reír-. ¡El escándalo que se armó! El Principal me llamó y me
amenazó con expulsarme inmediatamente. Soy un hombre marcado.
-Pero, ¿qué decían tus versos? -preguntó Bernard.
-Eran sobre la soledad. Bernard arqueó las cejas. -Si quieres, te los recito. Y Helmholtz
empezó:
El comité de ayer,
bastones, pero un tambor roto,
medianoche en la City,
flautas en el vacío
labios cerrados, caras dormidas,
todas las máquinas paradas,
mudos los lugares