Page 106 - Aldous Huxley
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                  Ya estaba decidido: a las ocho en el Savoy.

                  De vuelta a Londres, se detuvieron en la fábrica de  la  Sociedad  de  Televisión  de
                  Brentford.


                  -¿Te importa esperarme aquí mientras voy a telefonear? -preguntó Bernard.

                  El Salvaje esperó, sin dejar de mirar a su alrededor. En aquel momento cesaba en su
                  trabajo el Turno Diurno Principal. Una muchedumbre de obreros de  casta  inferior
                  formaban cola ante la estación del monorraíl: setecientos u ochocientos Gammas, Deltas
                  y Epsilones, hombres y mujeres, entre los cuales sólo había una docena de rostros y de
                  estaturas diferentes. A cada uno de ellos, junto con el billete, el cobrador le entregaba
                  una cajita de píldoras. El largo ciempiés humano avanzaba lentamente.

                  Recordando El mercader de Venecia, el Salvaje preguntó a Bernard, cuando éste se le
                  reunió:

                  -¿Qué hay en esas cajitas?


                  -La ración diaria de soma Contesto Bernard, un tanto confusamente, porque en aquel
                  momento masticaba una pastilla de goma de mascar de las que le había regalado Benito
                  Hoover-. Se las dan cuando han terminado su trabajo  cotidiano.  Cuatro  tabletas  de
                  medio gramo. Y seis los sábados.

                  Cogió afectuosamente del brazo a John, y así, juntos, se dirigieron hacia el helicóptero.


                  Lenina entró canturreando en el Vestuario.

                  -Pareces encantada de la vida -dijo Fanny. -Lo estoy -contestó Lenina. ¡Zas!-. Bernard
                  me llamó hace media hora-. ¡Zas! ¡Zas! Se quitó los pantalones cortos-.  Tiene  un
                  compromiso  inesperado.  -¡Zas!-.  Me ha preguntado si esta noche quiero llevar al
                  Salvaje al sensorama. Debo darme prisa.

                  Y se dirigió corriendo hacia el baño.


                  Es una chica con suerte, se dijo Fanny, viéndola alejarse.

                  El Segundo Secretario del Interventor Mundial Residente la había invitado a cenar y a
                  desayunar. Lenina había pasado un fin de semana con el Ford Juez Supremo, y otro con
                  el Archiduque Comunal de Canterbury. El Presidente de la Sociedad de  Secreciones
                  Internas y Externas la llamaba constantemente por teléfono, y Lenina había ido  a
                  Deauville con el Gobernador-Diputado del Banco de Europa.

                  -Es maravilloso, desde luego. Y, sin embargo, en cierto modo -había confesado Lenina
                  a  Fanny- tengo la sensación de conseguir todo esto haciendo trampa. Porque,
                  naturalmente, lo primero que quieren saber todos es qué tal resulta hacer el amor con un
                  Salvaje. Y tengo que decirles que no lo sé. -Lenina movió la cabeza-. La mayoría de
                  ellos no me creen, desde luego. Pero es la  pura  verdad.  Ojalá  no  lo  fuera  -agregó,
                  tristemente; y suspiró-. Es guapísimo, ¿no te parece?
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