Page 104 - Aldous Huxley
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                  graves responsabilidades y a enfrentarse con contingencias inesperadas,  no  hay  más
                  remedio.

                  Y suspiró.


                  Bernard, entretanto, iniciaba la conquista de Miss Keate.

                  -Si está usted libre algún lunes, miércoles -a viernes por la noche -le decía-, puede venir
                  a mi casa. -Y, señalando con el pulgar al Salvaje, añadió-: Es un tipo curioso, ¿sabe
                  usted? Estrafalario.


                  Miss Keate sonrió (y su sonrisa le pareció a Bernard realmente encantadora).

                  -Gracias -dijo-. Me encantará asistir a una de sus fiestas.


                  El Preboste abrió la puerta.

                  Cinco minutos en el aula de los Alfa-Doble Más dejaron a John un tanto confuso.


                  -¿Qué es la relatividad elemental? -susurró a Bernard.

                  Bernard intentó explicárselo, pero, cambiando de opinión, sugirió que  pasaran a  otra
                  aula.

                  Tras de una puerta del corredor que conducía al aula de Geografía de los Beta-Menos,
                  una voz de soprano, muy sonora, decía:


                  -Uno, dos, tres, cuatro. -Y después, con irritación fatigada-: Como antes.

                  -Ejercicios malthusianos -explicó la Maestra Jefe-. La mayoría de nuestras muchachas
                  son hermafroditas, desde luego. Yo lo soy también. -Sonrió a Bernard-. Pero tenemos a
                  unas ochocientas alumnas no esterilizadas que necesitan ejercicios constantes.

                  En el aula de Geografía de los Beta-Menos, John se enteró de que una Reserva para
                  Salvajes es un lugar que, debido a  sus  condiciones  climáticas  o  geológicas
                  desfavorables, o por su pobreza en recursos naturales, no ha merecido la pena civilizar.
                  Un breve chasquido, y de pronto el aula quedó a oscuras; en la pantalla situada encima
                  de la cabeza del profesor, aparecieron los  Penitentes  de Acoma postrándose ante
                  Nuestra Señora, gimiendo como John les había oído gemir, confesando sus pecados ante
                  Jesús crucificado o ante la imagen del águila de Pukong. Los jóvenes etonianos reían
                  estruendosamente. Sin dejar de gemir, los Penitentes se levantaron, se desnudaron hasta
                  la cintura, y con látigos de nudos, empezaron a azotarse. Las carcajadas, más sonoras
                  todavía, llegaron a ahogar los gemidos de los Penitentes.

                  -Pero ¿por qué se ríen? -preguntó el Salvaje, dolido y asombrado a un tiempo.


                  -¿Por qué? -El Preboste volvió hacia él el rostro, en el que todavía retozaba una ancha
                  sonrisa-. ¿Por qué? Pues... porque resulta extraordinariamente gracioso.
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