Page 101 - Aldous Huxley
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-Bernard me ha invitado a ir a ver al Salvaje el próximo miércoles -anunció Fanny
triunfalmente.
-Lo celebro -dijo Lenína-. Y ahora, reconoce que estabas equivocada en cuanto a
Bernard. ¿No lo encuentras simpatiquísimo?
Fanny asintió con la cabeza.
-Y debo confesar -agregó- que me llevé una sorpresa muy agradable.
El Envasador Jefe, el director de Predestinación, tres Delegados Auxiliares de
Fecundación, el Profesor de Sensoramas del Colegio de Ingeniería Emocional, el Deán
de la Cantoría Comunal de Westminster, el Supervisor de Bokanovskificación... La lista
de personajes que frecuentaba a Bernard era interminable.
-Y la semana pasada fui con seis chicas -confió Bernard a Helmholtz Watson-. Una el
lunes, dos el martes, otras dos el viernes y una el sábado. Y si hubiese tenido tiempo o
ganas, había al menos una docena más de ellas que sólo estaban deseando...
Helmholtz escuchaba sus jactancias en un silencio tan sombrío y desaprobador, que
Bernard se sintió ofendido.
-Me envidias -dijo.
Helmholtz denegó con la cabeza.
-No, pero estoy muy triste; esto es todo -contestó.
Bernard se marchó irritado, y se dijo que no volvería a dirigir la palabra a Helmholtz.
Pasaron los días. El éxito se le subió a Bernard a la cabeza y le reconcilió casi
completamente (como lo hubiese conseguido cualquier otro intoxicante) con un mundo
que, hasta entonces, había juzgado poco satisfactorio. Desde el momento en que le
reconocía a él como un ser importante, el orden de cosas era bueno. Pero, aun
reconciliado con él por el éxito. Bernard se negaba a renunciar al privilegio de criticar
este orden. Porque el hecho de ejercer la crítica aumentaba la sensación de su propia
importancia, le hacía sentirse más grande. Además, creía de verdad que había cosas
criticables. (Al mismo tiempo, gozaba de veras de su éxito y del hecho de poder
conseguir todas las chicas que deseaba.) En presencia de quienes, con vistas al Salvaje,
le hacían la corte, Bernard hacía una asquerosa exhibición de heterodoxia. Todos le
escuchaban cortésmente. Pero, a sus espaldas, la gente movía la cabeza. Este joven
acabará mal, decían, y formulaban esta profecía confiadamente porque se proponían
poner todo de su parte para que se cumpliera. La próxima vez no encontrará otro Salvaje
que lo salve por los pelos, decían. Pero, por el momento, había el primer Salvaje; valía
la pena mostrarse corteses con Bernard.
-Más liviano que el aire -dijo Bernard, señalando hacia arriba.
Como una perla en el cielo, alto, muy alto por encima de ellos, el globo cautivo del
Departamento Meteorológico brillaba, rosado, a la luz del sol.