Page 98 - Aldous Huxley
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Linda lanzó aquella obscenidad como un reto en el silencio ultrajado; después,
separándose bruscamente de él, abochornada, se cubrió la cara con las manos,
sollozando.
-No fue mía la culpa, Tomakín. Porque yo siempre hice mis ejercicios, ¿no es verdad?
¿No es verdad?
Siempre... No comprendo cómo... ¡Si tú supieras cuán horrible fue, Tomakín ... ! A
pesar de todo, el niño fue un consuelo para mí. -Y, volviéndose hacia la puerta, llamó-:
¡John!
John entró inmediatamente, hizo una breve pausa en el umbral, miró a su alrededor, y
después, corriendo silenciosamente sobre sus mocasines de piel de ciervo, cayó de
rodillas a los pies del director y dijo en voz muy clara:
-¡Padre!
Esta palabra (porque la voz padre, que no implicaba relación directa con el desvío moral
que extrañaba el hecho de alumbrar un hijo, no era tan obscena como grosera; era una
incorrección más escatológica que pornográfica), la cómica suciedad de esta palabra
alivió la tensión, que había llegado a hacerse insoportable.
Las carcajadas estallaron, estruendosas, casi histéricas, encadenadas, como si no
debieran cesar nunca. ¡Padre! ¡Y era el director! ¡Padre! ¡Oh, Ford! Era algo estupendo.
Las risas se sucedían, los rostros parecían a punto de desintegrarse, y hasta los ojos se
cubrían de lágrimas. Otros seis tubos de ensayo llenos de espermatozoos fueron
derribados. ¡Padre!
Pálido, con los ojos fuera de sus órbitas, el director miraba a su alrededor en una agonía
de humillación enloquecedora.
¡Padre! Las carcajadas, que habían dado muestras de desfallecer, estallaron más fuertes
que nunca. El director se tapó los oídos con ambas manos y abandonó corriendo la sala.