Page 94 - Aldous Huxley
P. 94

94






                  -Sus ojos -murmuró.

                  Sus ojos, sus cabellos, su mejilla, su andar, su voz;


                  los manejas en tu discurso;

                  ioh, esa mano a cuyo lado son los blancos tinta


                  cuyos propios reproches escribe; ante cuyo suave tacto

                  parece áspero el plumón de los cisnes... !


                  Una mosca revoloteaba cerca de ella; John la ahuyentó.

                  -Moscas -recordó.


                  En el milagro blanco de la mano de mi querida Julieta

                  pueden detenerse y robar gracia inmortal de sus labios,


                  que, en su pura modestia de vestal,

                  se sonrojan creyendo pecaminosos sus propios besos.


                  Muy lentamente, con el gesto vacilante de quien se dispone a acariciar un ave asustadiza
                  y posiblemente peligrosa, John avanzó una mano.


                  Ésta  permaneció  suspendida, temblorosa, a dos centímetros de aquellos dedos
                  inmóviles, al mismo borde del contacto. ¿Se atrevería? ¿Se atrevería a profanar con su
                  indignísima mano aquella ... ? No, no se atrevió. El ave era demasiado peligrosa. La
                  mano retrocedió, y cayó, lacia. ¡Cuán hermosa era Lenina! ¡Cuán bella!

                  Luego, de pronto, John se encontró pensando que  le  bastaría  coger  el  tirador  de  la
                  cremallera, a la altura del cuello, y tirar de él hacia abajo, de un solo golpe... Cerró los
                  ojos y movió con fuerza la cabeza, como un perro que se sacude las orejas al salir del
                  agua. ¡Detestable pensamiento! John se sintió avergonzado de sí mismo. Pura modestia
                  de vestal ...


                  Oyóse un zumbido en el aire. ¿Otra mosca que pretendía robar gracias inmortales? ¿Una
                  avispa, acaso? John miró a su alrededor, y no vio nada. El zumbido fue en aumento, y
                  pronto resultó evidente que se oía en el exterior. ¡El helicóptero! Presa de pánico, John
                  saltó sobre sus pies y corrió al otro cuarto, saltó por la ventana abierta y corriendo por el
                  sendero que discurría entre las altas pitas llegó a tiempo de recibir a Bernard Marx en el
                  momento en que éste bajaba del helicóptero.
   89   90   91   92   93   94   95   96   97   98   99