Page 90 - Aldous Huxley
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El rostro del muchacho se iluminó. -¿Lo dices en serio?
-Claro; es decir, suponiendo que consiguiera el permiso.
-¿Y Linda también?
-Bueno...
Bernard vaciló. ¡Aquella odiosa criatura! No, era imposible. A menos que... De pronto,
se le ocurrió a Bernard que la misma repulsión que Linda inspiraba podía constituir un
buen triunfo. -Pues, ¡claro que sí! -exclamó, esforzándose por compensar su vacilación
con un exceso de cordialidad.
-¡Pensar que pudiera realizarse el sueño de toda mi vida! ¿Recuerdas lo que dice
Miranda?
-¿Quién es Miranda?
Pero, evidentemente, el joven no había oído la pregunta.
-¡Oh, maravilla! -decía.
Sus ojos brillaban y su rostro ardía.
-¡Cuántas y cuán divinas criaturas hay aquí! ¡Cuán bella humanidad!
Su sonrojo se intensificó súbitamente; John pensaba en Lenina, en aquel ángel vestido
de viscosa color verde botella, reluciente de juventud y de crema cutánea, llenita y
sonriente. Su voz vaciló:
-¡Oh, maravilloso nuevo mundo! -empezó; pero de pronto se interrumpió; la sangre
había abandonado sus mejillas; estaba blanco como el papel-. ¿Estás casado con ella? -
preguntó.
-¿Si estoy qué?
-Casado. ¿Comprendes? Para siempre. Los indios, en su lengua lo dicen así: Para
siempre. Un lazo que no puede romperse.
-¡Oh, no, por Ford!
Bernard no pudo por menos de reír.
John rió también, pero por otra razón. Rió de pura alegría.
-¡Oh, maravilloso nuevo mundo! -repitió-. ¡Oh, maravilloso nuevo mundo que alberga
tales criaturas! ¡Vayamos allá!