Page 86 - Aldous Huxley
P. 86
86
Un día, cuando John volvió a casa, después de sus juegos, encontró abierta la puerta del
cuarto interior y los vio yaciendo los dos en la cama, dormidos: la blanca Linda, y Popé,
casi negro a su lado, con un brazo bajo los hombros de ella y el otro encima de su
pecho, con una de sus trenzas negras sobre la blanca garganta de Linda, como una
serpiente que quisiera estrangularla. En el suelo, junto a la cama, había la calabaza de
Popé y una taza. Linda roncaba.
John tuvo la sensación de que su corazón había desaparecido, dejando un hueco en su
lugar. Sí, se sentía vacío. Vacío, y frío, y un tanto mareado, y como deslumbrado. Se
apoyó en la pared para rehacerse un poco. Villano sin remordimientos, traidor,
cobarde... Como tambores, como los hombres cuando cantan al maíz, como fórmulas
mágicas, las palabras se repetían una y otra vez en su mente. John pasó del frío inicial a
un súbito calor. Las mejillas, inyectadas en sangre, le ardían, la habitación vacilaba y se
ensombrecía ante sus ojos. Rechinó los dientes. Lo mataré, lo mataré, lo mataré ... ,
empezó a decir. Y, de pronto, surgieron otras palabras:
Cuando duerma, borracho, o esté enfurecido,
o goce del placer incestuoso de la cama ...
La magia estaba de su parte, la magia lo explicaba todo y daba órdenes. John volvió al
cuarto exterior. Cuando duerma, borracho... El cuchillo de cortar la carne estaba en el
suelo, junto al hogar. John lo cogió y, de puntillas, se acercó de nuevo al umbral.
Cuando duerma, borracho; cuando duerma, borracho ... Cruzó corriendo la estancia y
clavó el cuchillo -ioh, la sangre! dos veces, mientras Popé despertaba de su sueño;
levantó la mano para volver a clavar el cuchillo, pero alguien le cogió la muñeca y -ioh,
oh!- se la retorció. John no podía moverse, estaba cogido, y veía los ojillos negros de
Popé, muy cerca de él, mirándole fijamente. John desvió la mirada. En el hombro
izquierdo de Popé aparecían dos cortes. ¡Oh, mira, sangre! -gritaba Linda-. ¡Sangre!
Nunca había podido soportar la vista de la sangre. Popé levantó la otra mano... para
pegarme, pensó John. Se puso rígido para aguantar el golpe. Pero la mano lo cogió por
debajo del mentón y le obligó a levantar la cabeza y a mirar a Popé a los ojos. Durante
largo rato, horas y más horas. Y de pronto -no pudo evitarlo- John empezó a llorar. Y
Popé se echó a reír. Anda, ve -dijo, en su lengua india-. Ve, mi valiente Thaiyuta. Y
John corrió al otro cuarto, a ocultar sus lágrimas.
-Ya tienes quince años -dijo el viejo Mitsima, en su lengua india-. Te enseñaré a
modelar la arcilla.
En cuclillas, junto al río, trabajaron juntos. -Ante todo -dijo Mitsima, cogiendo un terrón
de arcilla húmeda entre sus manos-, haremos una luna pequeña.
El anciano aplastó el terrón dándole forma de disco, y después levantó sus bordes; la
luna se convirtió en un bol.
Lenta, torpemente, John imitó los delicados gestos del anciano.
-Una luna, una taza, y ahora una serpiente.