Page 81 - Aldous Huxley
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                            CAPITULO VIII






                  Fuera, entre el polvo y la basura (a la sazón había ya cuatro perros), Bernard y John
                  paseaban lentamente.

                  -Para mí es muy difícil comprenderlo -decía Bernard-, reconstruir... Es como  si
                  viviéramos en diferentes planetas, en siglos diferentes. Una madre,  y  toda  esta
                  porquería, y dioses, y la vejez, y la enfermedad... -

                  Movió la cabeza-. Es casi inconcebible. Nunca lo  comprenderé,  a  menos  que  me  lo
                  expliques.

                  -¿Que te explique qué?


                  -Esto. -Y Bernard señaló el pueblo-. Y esto. -Y ahora señaló la casita en las afueras-.
                  Todo. Toda tu vida.

                  -Pero, ¿qué puedo decir yo?

                  -Todo, desde el principio. Desde tan atrás como puedas recordar.


                  -Desde tan atrás como pueda recordar... -John frunció el ceño.


                  Siguió un largo silencio.

                  John  recordaba  una  estancia  enorme,  muy oscura; había en ella unos armatostes de
                  madera con unas cuerdas atadas a ellos, y muchas mujeres de pie, en torno a aquellos
                  armatostes,  tejiendo mantas, según dijo Linda. Linda le ordenó que se sentara en un
                  rincón, con los otros niños. De pronto la gente empezó a hablar en voz muy alta, y unas
                  mujeres empujaban a Linda hacia fuera, y Linda lloraba. Linda corrió hacia la puerta, y
                  John tras ella. Le preguntó por qué estaban enojadas.

                  -Porque he roto una cosa -dijo Linda. Y entonces se enojó ella también-. ¿Por qué he de
                  saber yo nada de sus estúpidos trabajos? -dijo-. ¡Salvajes!

                  John le preguntó qué quería decir salvajes. Cuando volvieron a casa, Popé esperaba en
                  la puerta y entró con ellos. Llevaba una gran calabaza llena de un líquido que parecía
                  agua; pero no era agua, sino algo que olía mal, quemaba en la boca y hacía toser. Linda
                  bebió un poco y Popé también, y luego Linda rió mucho y habló con voz muy fuerte, y
                  al final ella y Popé pasaron al otro cuarto. Cuando Popé se hubo marchado, John entró
                  en la habitación. Linda estaba acostada y dormía profundamente.

                  Popé solía ir por la casa. Decía que el líquido de la calabaza se llamaba mescal; pero
                  Linda decía que debía  llamarse  soma;  sólo que después uno se encontraba mareado.
                  John odiaba a Popé. Les odiaba a todos, a todos los hombres que iban a ver a Linda.
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