Page 78 - Aldous Huxley
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                  mirarla),  el  muchacho  intentó explicarse. Linda y él -Linda era su madre (la palabra
                  puso muy violenta a Lenina)eran extranjeros en la Reserva. Linda había llegado del
                  Otro Lugar mucho tiempo atrás, antes de que él naciera, con un hombre que era el padre
                  del  joven.  (Bernard  aguzó  el  oído.)  Linda  había ido a dar un paseo, sola por las
                  montañas del Norte, y al caer por un barranco se había herido en la cabeza.

                  -Siga, siga -dijo Bernard, lleno de excitación.


                  Unos cazadores de Malpaís la habían encontrado y  traído  al  pueblo.  En  cuanto  al
                  hombre que era el padre del muchacho, Linda no había vuelto a verle.  Se  llamaba
                  Tomakin. (Sí, Thomas era el nombre de pila del D.I.C.). Debió de haberse marchado de
                  nuevo al Otro Lugar, sin ella. Sin duda era un hombre malo, infiel, depravado.

                  -Y así nací en Malpaís -concluyó el joven-.


                  En Malpaís.

                  Y movió la cabeza.


                  ¡Qué inmundicia en aquella casita de las afueras del pueblo!

                  Un trecho cubierto de polvo y de basuras la separaba de la aldea. Ante su puerta, dos
                  perros hambrientos hurgaban de un modo repugnante en la basura. Dentro, cuando ellos
                  entraron, la penumbra hedía y aparecía llena de moscas.

                  -¡Linda! -llamó el muchacho.


                  Desde el interior, una voz áspera de mujer dijo:

                  -¡Voy!


                  Esperaron. En el suelo veíanse unas escudillas que contenían los restos de un ágape, o
                  acaso de varios.


                  La puerta se abrió. Una india rubia y muy  corpulenta  cruzó  el  umbral  y  se  quedó
                  mirando a los forasteros, incrédulamente, boquiabierta. Lenina observó con desagrado
                  que le faltaban dos dientes. Y el color de los que quedaban... Se estremeció. Era peor
                  que el viejo. ¡Y tan gorda! Una cara abotagada, cubierta de arrugas. ¡Y aquellas mejillas
                  flácidas, con manchas purpúreas! ¡Y aquellas venas rojas en la nariz! ¡Y aquellos ojos
                  inyectados en sangre! ¡Y aquel cuello ...! ¡Aquel cuello! ¡Y la manta que llevaba en la
                  cabeza, vieja y sucia! Y bajo la túnica áspera, de color pardo, aquellos pechos enormes,
                  la redondez del estómago, las caderas... ¡Oh, mucho peor que el viejo, muchísimo peor!
                  Y,  de pronto, aquel ser estalló en un torrente de palabras, corrió hacia Lenina y...
                  (¡Ford!  ¡Ford!  Era algo asqueroso; en otro momento hubiera podido marearse)... y la
                  estrechó  contra  su vientre, contra su pecho, y empezó a besarla. ¡Ford!, a  besarla,
                  babeándole.

                  Ante ella vio un rostro hinchado y distorsionado; aquella criatura lloraba.
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