Page 79 - Aldous Huxley
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                  -¡Oh, querida! -El torrente de palabras fluía entre sollozos-. ¡Si supieras cuán feliz soy!
                  ¡Después de tantos años! ¡Una cara civilizada! ¡Sí, y ropas  civilizadas!  Creí  que  no
                  volvería a ver jamás una prenda de auténtica seda al acetato. -Tocó la manga de la blusa
                  de Lenina. Sus uñas aparecían negras-. ¡Y esos preciosos pantalones cortos de pana de
                  viscosa! ¿Sabes? Todavía tengo mis vestidos viejos, los que llevaba cuando vine aquí,
                  guardados en una caja. Después te los enseñaré. Aunque, desde luego, el acetato se ha
                  agujereado del todo. Pero todavía tengo una  cartuchera  blanca  estupenda;  aunque  la
                  verdad es que la tuya, de cuero verde, todavía es más bonita. ¡Para lo que me sirvió, mi
                  cartuchera! -Y de nuevo se echó a llorar-. Supongo que John ya os lo ha contado. ¡Lo
                  que  tuve  que sufrir! ¡Y sin un gramo de  soma!  Sólo un trago de  mescal de  vez en
                  cuando, cuando Popé me lo traía. Popé es un muchacho que era amigo mío. Pero el
                  mescal deja una resaca terrible, y el peyotl marca; además, al día siguiente todavía me
                  sentía más avergonzada. Y lo estaba mucho. Piénsalo por un momento: yo, una Beta,
                  tener un hijo; ponte en mi sitio.


                  -La sugerencia hizo estremecer a Lenina-. Aunque no fue mía la culpa, lo juro; todavía
                  no sé cómo pudo ocurrir, teniendo en cuenta que hice todos los ejercicios malthusianos,
                  ya sabes, por tiempos: uno, dos, tres, cuatro. Lo juro; pero el caso es que ocurrió; y,
                  naturalmente, aquí no había ni un solo Centro Abortivo.

                  Grandes lagrimones escapaban por entre sus párpados cerrados.


                  -Y el viaje de regreso de Stoke Poges, en avión, por la noche... Y luego un baño caliente
                  y el masaje mecánico... Aquí, en cambio...

                  Aspiró  una  profunda  bocanada de aire, movió la cabeza, volvió a abrir los ojos, se
                  sorbió los mocos un par de veces, luego se sonó con los dedos y se los secó con la falda.

                  -¡Oh, perdón! -dijo, en respuesta a la involuntaria mueca de asco de Lenina-. No debí
                  hacerlo. Perdón. Pero, ¿qué se puede hacer cuando no hay pañuelos? Recuerdo cómo
                  me trastornaba toda esta suciedad, la falta de asepsia. Cuando me trajeron aquí tenía una
                  herida horrible en la cabeza. No puedes figurarte lo que me ponían en ella. Porquerías,
                  sólo porquerías. Civilización es Esterilización, solía decirles yo. Y Arre, estreptococos,
                  a Banbury-T, a ver cuartos de baño y retretes espléndidos, como si fueran niños. Pero,
                  claro,  no me entendían. Imposible. Y, al fin, supongo que me acostumbré. Por otra
                  parte, ¿cómo se puede tener higiene si no hay una instalación de agua caliente? Mira
                  esas ropas. La lana animal no es como el acetato. Dura eternidades. Y si se desgarra se
                  supone que una la remienda. Pero yo soy una Beta; yo trabajaba en la Sala de
                  Fecundación;  nadie  me  enseñó  jamás  a  hacer estas cosas. No era asunto de mi
                  incumbencia. Además, no era bien visto. Cuando los vestidos se estropeaban había que
                  tirarlos y comprar otros nuevos. A más remiendos, menos dinero. ¿No es verdad? Los
                  remiendos eran antisociales. Pero aquí todo es diferente. Es  como  vivir  entre  locos.
                  Todo lo que hacen es pura locura.

                  Linda miró a su alrededor; vio que John y Bernard las habían dejado solas y paseaban
                  entre el polvo y la basura del exterior; aun así, bajó confidencialmente la voz y acercó
                  tanto los labios a la oreja de Lenina que el hálito de veneno embrional agitó la pelusilla
                  de su mejilla.
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