Page 83 - Aldous Huxley
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Una, y otra, y otra más...
-¡Linda! -gritó John-. ¡Oh, madre, no, no! -Yo no soy tu madre. Yo no quiero ser tu
madre.
-Pero, Linda... ¡Oh!
Otro cachete en la mejilla.
-Me he vuelto como una salvaje -gritaba Linda-. Tengo hijos como un animal... De no
haber sido por ti hubiese podido presentarme al Inspector, hubiese podido marcharme
de aquí. Pero no con un hijo. Hubiese sido una vergüenza demasiado grande.
John adivinó que iba a pegarle de nuevo. y levantó un brazo para protegerse la cara -
¡Oh, no, Linda, no, por favor! -¡Bestezuela!
Linda lo obligó a bajar el brazo, dejándole la cara al descubierto.
-¡No, Linda!
John cerró los ojos, esperando el golpe.
Pero Linda no le pegó. Al cabo de un momento, John volvió a abrir los ojos y vio que su
madre lo miraba. John intentó sonreírle. De pronto, Linda lo abrazó y empezó a besarle,
una y otra vez.
Los momentos más felices eran cuando Linda le hablaba del Otro Lugar.
-¿Y de veras puedes volar cuando se te antoja?
-De veras.
Y Linda le contaba lo de la hermosa música que salía de una caja, y los juegos
estupendos a que se podía jugar, y las cosas deliciosas de comer y de beber que había, y
la luz que surgía con sólo pulsar un aparatito en la pared, y las películas que se podían
oír, v palpar y ver, y otra caja que producía olores agradables, y las casas rosadas,
verdes, azules y plateadas; altas como montañas, y todo el mundo feliz, y nadie triste ni
enojado, y todo el mundo pertenecía a todo el mundo, y las cajas que permitía ver y oír
todo lo que ocurría en el otro extremo del mundo, y los niños en frascos limpios y
hermosos.... todo limpísimo, sin malos olores, sin suciedad... Y nadie solo, sino
viviendo todos juntos, alegres y felices, algo así como en los bailes de verano de
Malpaís, pero mucho más felices, porque su felicidad era de todos los días, de siempre...
John la escuchaba embelesado.
Muchos hombres iban a ver a Linda. Los chiquillos empezaron a señalarla con el dedo.
En su lengua extranjera decían que Linda era mala; la llamaban con nombres que John
no comprendía, pero que sabía eran malos nombres. Un día empezaron a cantar una
canción acerca de Linda, una y otra vez. John les arrojó piedras. Ellos replicaron, y una
piedra aguzada lo hirió en la mejilla. La sangre no cesaba de manar y pronto quedó
cubierto de ella.