Page 85 - Aldous Huxley
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                  Y lo mismo ocurría con cualquier cosa que preguntara. Por lo visto, Linda apenas sabía
                  nada. Los viejos del pueblo daban respuestas mucho más concretas.

                  La semilla de los hombres y de todas las criaturas, la semilla del sol y la semilla de la
                  tierra y la semilla del cielo, todo esto lo hizo Awonawilona de la Niebla Desarrolladora.
                  El mundo tiene cuatro vientres; y Awonaxvilona enterró las semillas en el más bajo de
                  los cuatro vientres. Y gradualmente las semillas empezaron a germinar ...


                  Un día (John calculó más tarde que ello debió  de  ocurrir  poco  después  de  haber
                  cumplido los doce años), llegó a casa y encontró en el suelo del dormitorio un libro que
                  no había visto nunca hasta entonces. Era un libro muy grueso y parecía muy viejo. Los
                  ratones habían roído sus tapas; y algunas de sus páginas aparecían sueltas o arrugadas.
                  John  lo  cogió y miró la portadilla. El libro se titulaba  Obras Completas de  William
                  Shakespeare.


                  Linda yacía en la cama, bebiendo en una taza el hediondo mescal.

                  -Popé lo trajo -dijo. Su voz sonaba estropajosa y  áspera,  como  si  no  fuese  la  suya-.
                  Estaba en uno de los arcones de la Kiva de los Antílopes. Seguramente estaba allá desde
                  hace cientos de años. Supongo que así es, porque le he echado una ojeada y sólo dice
                  tonterías. Un autor que estaba por civilizar. Aun así, te servirá para hacer prácticas de
                  lectura.


                  Echó otro trago, apuró la taza, la dejó en el suelo, al lado de la cama, se volvió de lado,
                  hipó una o dos veces y se durmió.


                  John abrió el libro al azar.

                  Nada, sólo vivir


                  en el rancio sudor de un lecho inmundo, cociéndose en la corrupción, arrullándose y
                  haciendo el amor sobre el maculado camastro ...


                  Las extrañas palabras penetraron, rumorosas, en su mente como la voz del trueno; como
                  los tambores de las danzas de verano si los tambores supieran hablar; como los hombres
                  que cantan el Canto del Maíz, tan hermoso que hacía llorar; como las palabras mágicas
                  del viejo Mitsima sobre sus plumas, sus palos tallados y sus trozos de hueso y de piedra:
                  kiathla tsilu siloklve silokwe silokwe. Kiai silu silu, tsithl. Pero mejor que las fórmulas
                  mágicas de Mitsima, porque aquello significaba algo más, porque le hablaba a él; le
                  hablaba maravillosamente, de una manera sólo a medias comprensible, con un poder
                  mágico  terriblemente  bello, de Linda; de Linda que yacía allá, roncando, con la taza
                  vacía junto a su cama; le hablaba de Linda y Popé, de Linda y Popé.

                  John odiaba a Popé cada vez más. Un hombre puede sonreír y sonreír y ser un villano.
                  Un villano incapaz de remordimientos, traidor, cobarde, inhumano. ¿Qué significaban
                  exactamente estas palabras? John sólo lo sabía a medias. Pero su magia era poderosa, y
                  las palabras seguían resonando en su cerebro, y en  cierta  manera  era  como  si  hasta
                  entonces no hubiese odiado realmente a Popé; como si no le hubiese odiado realmente
                  porque nunca había sido capaz de expresar cuánto le odiaba. Pero ahora John tenía estas
                  palabras, estas palabras que eran como tambores, como cantos, como fórmulas mágicas.
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