Page 96 - Aldous Huxley
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                  solo a que se corrompan muchos. Considere el caso desapasionadamente, Mr. Foster, y
                  verá  que  no  existe  ofensa tan odiosa como la heterodoxia en el comportamiento. El
                  asesino sólo mata al individuo, y, al fin y al cabo, ¿qué es un individuo? -Con un amplio
                  ademán señaló las hileras de microscopios, los tubos de ensayo, las  incubadoras-.
                  Podemos  fabricar  otro nuevo con la mayor facilidad; tantos como queramos. La
                  heterodoxia amenaza algo mucho más importante que la vida de un individuo; amenaza
                  a la propia Sociedad. Sí, a la propia Sociedad -repitió-. Pero, aquí viene.


                  Bernard había entrado en la sala y se acercaba a ellos pasando por entre las hileras de
                  fecundadores. Su expresión jactancioso, de confianza en sí mismo,  apenas  lograba
                  disimular su nerviosismo. La voz con que dijo: Buenos días, director sonó demasiado
                  fuerte, absurdamente alta; y cuando, para corregir su error, dijo: Me pidió  usted que
                  acudiera aquí para hablarme, lo hizo con voz ridículamente débil.

                  -Sí,  Mr.  Marx  -dijo  el  director enfáticamente-. Le pedí que acudiera a verme aquí.
                  Tengo entendido que regresó usted de sus vacaciones anoche.

                  -Sí -contestó Bernard.


                  -Ssssí  -repitió el director, acentuando la  s,  en un silbido como de serpiente. Luego,
                  levantando súbitamente la voz, trompeteó-: Señoras y caballeros, señoras y caballeros.

                  El tarareo  de  las muchachas sobre sus tubos de ensayo y el silboteo abstraído de los
                  microscopistas cesaron súbitamente. Se hizo un silencio profundo; todos volvieron las
                  miradas hacia el grupo central.


                  -Señoras  y  caballeros -repitió el director-, discúlpenme si interrumpo sus tareas. Un
                  doloroso deber me obliga a ello. La seguridad y la estabilidad de la Sociedad se hallan
                  en peligro. Sí, en peligro, señoras y caballeros. Este hombre -y señaló acusadoramente a
                  Bernard-, este hombre que se encuentra ante ustedes, este Alfa-Más a quien tanto le fue
                  dado, y de quien, en consecuencia, tanto cabía esperar, este colega de ustedes, o mejor,
                  acaso este  que fue  colega de ustedes, ha traicionado burdamente la confianza  que
                  pusimos en él. Con sus opiniones heréticas sobre el deporte y  el  soma,  con la
                  escandalosa heterodoxia de su vida sexual, con su negativa a obedecer las enseñanzas de
                  Nuestro Ford y a comportarse fuera de las horas de trabajo como un bebé en su frasco -y
                  al llegar a este punto el director hizo la señal de la T- se ha revelado como un enemigo
                  de  la  Sociedad,  un elemento subversivo, señoras y caballeros. Contra el Orden y la
                  Estabilidad, un conspirador contra la misma Civilización. Por esta razón me propongo
                  despedirle, despedirle con ignominia del cargo que hasta ahora ha venido ejerciendo en
                  este  Centro;  y  me  propongo  asimismo solicitar su transferencia a un Subcentro del
                  orden más bajo, y, para que su castigo sirva a los mejores intereses de la sociedad, tan
                  alejado  como  sea  posible de cualquier Centro importante de población. En Islandia
                  tendrá pocas oportunidades de corromper a otros  con  su  ejemplo  antifordiano  -el
                  director hizo una pausa; después, cruzando los brazos, se volvió solemnemente hacia
                  Bernard-. Marx -dijo-, ¿puede usted alegar alguna razón por la cual yo no deba ejecutar
                  el castigo que le he impuesto?

                  -Sí, puedo -contestó Bernard, en voz alta. -Diga cuál es, entonces -dijo el director, un
                  tanto asombrado, pero sin perder la dignidad majestuosa de su actitud.
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