Page 100 - Aldous Huxley
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                  -El soma puede hacernos perder algunos años de vida temporal -explicó el doctor-. Pero
                  piense en la duración inmensa, enorme, de la vida que nos concede fuera del tiempo.
                  Cada una de vuestras vacaciones de  soma  es un poco lo que nuestros antepasados
                  llamaban eternidad.


                  John empezaba a comprender.

                  -La eternidad estaba en nuestros labios y nuestros ojos -murmuró.

                  -¿Cómo?


                  -Nada.

                  -Desde  luego  -prosiguió el doctor Shaw-, no podemos permitir que la gente se nos
                  marche a la eternidad a cada momento si tiene algún trabajo serio que hacer. Pero como
                  Linda no tiene ningún trabajo serio...

                  -Sin embargo -insistió John-, no me parece justo.


                  El doctor se encogió de hombros.

                  -Bueno, si usted prefiere que esté chillando como una loca todo el tiempo...


                  Al fin, John se vio obligado a ceder. Linda consiguió el soma que deseaba. A partir de
                  entonces  permaneció  en  su  cuartito  de la planta treinta y siete de la casa de
                  apartamentos de Bernard, en cama, con la radio y la televisión constantemente  en
                  marcha, el grifo de pachulí goteando, y las tabletas de soma al alcance de la mano; allá
                  permaneció,  y,  sin  embargo, no estaba allá, en absoluto; estaba siempre fuera,
                  infinitamente lejos, de vacaciones; de vacaciones en algún otro mundo, donde la música
                  de la radio era un laberinto de colores sonoros, un laberinto deslizante, palpitante, que
                  conducía  (a  través  de  unos  recodos inevitables, hermosos) a un centro brillante de
                  convicción absoluta; un mundo en el cual las imágenes danzantes de la televisión eran
                  los actores de un sensorama cantado, indescriptiblemente delicioso;  donde  el  pachulí
                  que goteaba era algo más que un perfume: era el sol, era un millón de saxofones, era
                  Popé haciendo el amor, y mucho más aún, incomparablemente más, y sin fin...

                  -No, no podemos rejuvenecer. Pero me alegro mucho de haber tenido esta oportunidad
                  de  ver  un caso de senilidad del ser humano -concluyó el doctor Shaw-. Gracias por
                  haberme llamado.

                  Y estrechó calurosamente la mano de Bernard.


                  Por consiguiente, era John a quien todos buscaban. Y como a John sólo cabía verle a
                  través de Bernard, su guardián oficial, Bernard se vio tratado por primera vez en su vida
                  no sólo normalmente, sino como una persona de importancia sobresaliente.

                  Ya no se hablaba de alcohol en su sucedáneo de la sangre,  ni  se  lanzaban  pullas  a
                  propósito de su aspecto físico.
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