Page 97 - Aldous Huxley
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-No sólo la diré, sino que la exhibiré. Pero está en el pasillo. Un momento. -Bernard se
acercó rápidamente a la puerta y la abrió bruscamente-. Entre -ordenó.
Y la razón alegada entró y se hizo visible.
Se produjo un sobresalto, una suspensión del aliento de todos los presentes y, después,
un murmullo de asombro y de horror; una chica joven chilló; estaba de pie encima de
una silla para ver mejor, y, al vacilar, derramó dos tubos de ensayo llenos de
espermatozoos. Abotagado, hinchado, entre aquellos cuerpos juveniles y firmes y
aquellos rostros correctos, un monstruo de mediana edad, extraño y terrorífico, Linda,
entró en la sala, sonriendo picaronamente con su sonrisa rota y descolorida, y moviendo
sus enormes caderas en lo que pretendía ser una ondulación voluptuosa. Bernard andaba
a su lado.
-Aquí está -dijo Bernard, señalando al director.
-¿Cree que no lo habría reconocido? -preguntó Linda, irritada; después, volviéndose
hacia el director, agregó-: Claro que te reconocí, Tomakín; te hubiese reconocido en
cualquier sitio, entre un millar de personas. Pero tal vez tú me habrás olvidado. ¿No te
acuerdas? ¿No, Tomakín? Soy tu Linda. -Linda lo miraba con la cabeza ladeada,
sonriendo todavía, pero con una sonrisa que progresivamente, ante la expresión de
disgusto petrificado del director, fue perdiendo confianza hasta desaparecer del todo-.
¿No te acuerdas de mí, Tomakín? -repitió Linda, con voz temblorosa. Sus ojos
aparecían ansiosos, agónicos. El rostro abotagado se deformó en una mueca de intenso
dolor-. ¡Tomakín!
Linda le tendió los brazos. Algunos empezaron a reír por lo bajo.
-¿Qué significa -empezó el director- esta monstruosa ... ?
-¡Tomakín!
Linda corrió hacia delante, arrastrando tras de sí su manta, arrojó los brazos al cuello del
director y ocultó el rostro en su pecho.
Levantóse una incontenible oleada de carcajadas.
-¿... esta monstruosa broma de mal gusto? -gritó el director.
Con el rostro encendido, intentó desasirse del abrazo de la mujer, que se aferraba a él
desesperadamente.
-¡Pero si soy Linda, soy Linda! -las risas ahogaron su voz-. ¡Me hiciste un crío! -chilló
Linda, por encima del rugir de las carcajadas.
Hubo un siseo súbito, de asombro; los ojos vagaban incómodamente, sin saber adónde
mirar. El director palideció súbitamente, dejó de luchar, y, todavía con las manos en las
muñecas de Linda, se quedó mirándola a la cara, horrorizado.
-Sí, un crío.... y yo fui su madre.