Page 157 - Aldous Huxley
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que ocurrió ayer. -Se sonrojó-. Estoy avergonzado -siguió a pesar de la inseguridad de
su voz-, realmente avergonzado... -
El Salvaje le obligó a callar y, cogiéndole la mano, se la estrechó con afecto.
-Helmholtz se ha portado maravillosamente conmigo -siguió Bernard, después de un
silencio-. De no haber sido por él, yo no hubiese podido...
-Vamos, vamos -protestó Helmholtz. -Esta mañana fui a ver al Interventor -dijo el
Salvaje al fin.
-¿Para qué?
-Para pedirle que me enviara a las islas con vosotros.
-¿Y qué dijo? -preguntó Hehnholtz.
El Salvaje movió la cabeza.
-No quiso.
-¿Por qué no?
-Dijo que quería proseguir el experimento. Pero que me aspen -agregó el Salvaje con
súbito furor-, que me aspen si sigo siendo objeto de experimentación. No quiero, ni por
todos los Interventores del mundo entero. Me marcharé mañana, también.
-Pero ¿a dónde? -preguntaron a coro sus dos amigos.
El Salvaje se encogió de hombros.
-A cualquier sitio. No me importa. Con tal de poder estar solo.
Desde Guildford, la línea descendente seguía el valle de Wey hasta Godalming y
después, pasando por encima de Mildford y Witley, seguía hacia Haslemere y
Portsmouth a través de Petersfield. Casi paralela a la misma, la línea ascendente pasaba
por encima de Worplesdon, Tongham, Puttenham, Elstead y Grayshott. Entre Hog's
Back y Hindhead había puntos en que la distancia entre ambas líneas no era superior a
los cinco o seis kilómetros. La distancia no era suficiente para los pilotos poco
cuidadosos, sobre todo de noche y cuando habían tomado medio gramo de más. Se
habían producido accidentes. Y graves. En consecuencia, habían decidido desplazar la
línea ascendente unos pocos kilómetros hacia el Oeste. Entre Grayshott y Tongham,
cuatro faros de aviación abandonados señalaban el curso de la antigua ruta Portsmouth-
Londres.
El Salvaje había elegido como ermita el viejo faro situado en la cima de la colina entre
Puttenham y Elstead. El edificio era de cemento armado y se hallaba en excelentes
condiciones; casi demasiado cómodo, había pensado el Salvaje cuando había explorado
el lugar por primera vez, casi demasiado lujoso y civilizado. Tranquilizó su conciencia
prometiéndose compensar tales inconvenientes con una autodisciplina más dura, con