Page 347 - Biografia
P. 347

Jorge Humberto Barahona González


                                                      A LOS 21 AÑOS…


                                                 ME SALIERON DE MI



                                                                   CASA…!




               Era la 1 de la mañana del 20 de junio de 1974, mis padres llegaban de celebrar el
            cumpleaños del tío Humberto, hermano de mi madre, en la casa del barrio Modelia. Mi
            padre llego un poco tomado, yo no quise ir a esa reunión familiar y por eso ellos estaban
            muy molestos. Estaba acostado y empijamado en mi habitación, de pronto, mi padre
            abrió con violencia la puerta, cosa que nunca había hecho, siempre golpeaba con res-
            peto antes de entrar, como yo estaba dormido, por la hora que era, mi padre me grito:
            “Oiga… so sinvergüenza…! Es cierto que está viviendo con la vieja del frente…?”,
            yo le respondí: “No señor, no sé de qué me está hablando” y me dijo: “Pues ya me
            entere y con eso me basta…!”, yo le conteste: “Pero papi, eso es mentira, mañana
            con más clama aclaramos ese tema, te parece…?”.


               Inmediatamente salto sobre mi (claro que es un decir que salto… debido a su proble-
            ma de callos), creo que por la indignación que traía y los tragos en la cabeza, esto le dio
            fuerzas sobrehumanas, además yo jamás me le iba a enfrentar, me cogió por la solapa
            de la pijama y me grito: “Gran pendejo, no acepto explicaciones…! Y se va de mi
            casa ya…! Me hace el favor y me entrega las llaves de la casa”. Yo, en pantuflas y
            agarrado por el cuello de la pijama, no sabía qué hacer, me fue jalando por las escale-
            ras hacia la puerta de entrada de la casa en el primer piso y repito, no sé de donde saco
            tanta estabilidad a pesar del problema de sus pies y no sé cómo no nos caímos ambos,
            ya que yo no hacía nada, quede como zurumbático.


               Yo naturalmente le alegaba, pero jamás me opuse, porque podía causar una trage-
            dia, ustedes comprenderán. Mi madre le gritaba: “Jorge, no trate así al muchacho,
            cálmese y escúchelo…!”, pero él le contestaba: “Usted no se meta, yo ordeno que
            este vago sinvergüenza que violo mi confianza, no lo quiero volver a ver en mi
            vida, ya no es mi hijo”. Yaneth, que tenía 16 años, impotente, pálida y llorando, no
            sabía qué hacer, lo que si recuerdo, frase que nunca se me olvidara, fue: “Beto… es
            mejor que se vaya…!”.


               Ya estábamos en la puerta, yo en pijama, en pantuflas, sin llaves de la casa y chillan-
            do, mi madre salió por la ventana del segundo piso, prudentemente callada, para evitar
            el enfrentamiento con mi padre, como siempre lo hacía, esa señora fue una santa. Mi
            padre me saco y cerró la puerta, ya eran las dos de la madrugada, me senté frente a la
            puerta, desconcertado, con el mundo encima y con ese frío de madrugada que es muy
            berraco y agréguele humillado, juagado en llanto y escuchando a mi padre que seguía
            gritando (porque pa’ la cantaleta era experto) y además para que yo escuchara:



                                                            347
   342   343   344   345   346   347   348   349   350   351   352