Page 358 - Biografia
P. 358
Yo Beto: Una Historia Chévere para contar
comprando los discos LP de 33 revoluciones por minuto (rpm) o los de 45 rpm. En el
almacén la flecha roja, ubicado en la calle 11 con carrera 11, abajo del teatro Ponce,
se encontraban los discos de 33 y 45 rpm y, además, los de música vieja, tangos, po-
rros, cumbias, etc. Pero en 78 rpm, además se compraban las agujas punta de dia-
mante para colocarlas en el mecanismo del tocadiscos o radiola, para que sonara la
música. Me encantaba este almacén, porque había buena atención, no eran de dedo
parado como los almacenes Bambuco. El lema de la flecha roja me fascinaba: “Disco
que no lo tengamos, es que no existe” y era cierto.
Las máquinas de escribir “Remington” de carretes, la usaba mi padre en su trabajo
en el instituto Caro y Cuervo, los sábados me enseñaba a “chusografiar”, cosa que me
sirvió después cuando use una máquina de estas en Coca-Cola, como cajero recibidor
Cuando conocí a la madre de mis dos hermosos hijos, me enteré que ella, unos años
atrás, había trabajado como azafata en la línea aérea Aerocóndor, en aviones DC – 3
La librería Voluntad, no recuerdo donde quedaba en esa época (1965). El gerente
general, era el doctor Horacio Bejarano Díaz, gran amigo de mi padre. Todos los prin-
cipios de año eran emocionantes, porque ahí me compraban la lista de libros que daba
el colegio Agustiniano y en vacaciones, el doctor Bejarano, le decía a mi padre: “Jorge,
mándeme al chino, o sea yo, para que se vaya enseñando a trabajar y que no vaya
a ser un vago en la vida cuando sea grande”
En los patios de recreo del colegio Agustiniano, habían instaladas unas máquinas
dispensadoras de gaseosa, uno le echaba una moderna de 20 centavos a la hora del
recreo, de las 10 de la mañana y de las 3 de la tarde. La máquina le entregaba, en una
botella pequeña, Coca-Cola, refrescos premio y kola Román roja.
En la calle 11 con carrera 5ª esquina, frente a la casa de la moneda, existía la farmacia
santa Rita, era atendida por una pareja de homeópatas, yo no sabía que era eso, pero
mis padres, cuando me llevaban a consulta, siempre compraban unas pastillas chiqui-
tas blancas que venían en unos frascos numerados para toda la semana, del 1 al 8, de-
bía tomármelas en un riguroso horario, sabían rico, pero nunca supe para que servían.
358