Page 151 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 7
oscilaba en 50 billetes verdes. Lo compré y lo incluí en mi equipaje y en
Quito lo puse como adorno en mi restaurante, el Café Cordillera.
Varios días después, algunos funcionarios del Ministerio de Obras
Públicas fueron a comer y les gustó el trofeo. Les vendí en 2.800
dólares. El viaje estaba pagado. “Las cosas buenas cuestan y el gusto
también”, reflexioné en secreto, después de pegar semejante golpe. Yo
no les ofrecí, ellos cayeron solos. Otra vez comprobé que tenía ojo de
águila para los negocios.
UnivERSidAd CATóLiCA ME
pUSO OTRA vEz En óRbiTA
Durante mi larga estancia en México había escrito escasamente a mi
familia. Apenas regresé al Ecuador, una noche me llamó por teléfono
Carlos Egas Egas, que presidía la directiva de Universidad Católica.
El ‘Gordo’ Egas era vecino del barrio. Él y su familia compraban en
Palermo, el supermercado de mis padres y éramos amigos de toda
la vida. El padre de Carlos tenía su consultorio médico en la calle
Flores y Mejía, a cuadra y media de la calle Manabí. De ese tiempo
conocía a muchos vecinos. Me acuerdo de Alfonso Burbano de Lara.
Los integrantes de la Junta Militar iban a su consultorio a tomar unas
copas de Mallorca Flores de Barril. Ese licor tenía un sabor especial y
un bouquet para acariciar los paladares finos.
A la mañana siguiente me reuní con Carlos Egas. Era para proponerme
el cargo de director técnico en Universidad Católica. Su oferta fue
tentadora. Me ofrecía mil dólares de sueldo, mil dólares por la firma
y otros mil adicionales si alcanzaba el ascenso a Primera en una serie
de dos partidos que la ‘Chatolei’ tenía que jugar frente a Politécnico.
Aparte me nombraba profesor de Educación Física de la Facultad de
Ingeniería Civil. Un paquete laboral de maravilla.
¿Dónde firmo?, le contesté, sin esbozar más preguntas. El dólar se
cotizaba a 25 sucres y recordé que antes de marcharme a México, en
Deportivo Quito había percibido 5 mil sucres mensuales. La oferta
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