Page 179 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 8
en otras plazas. Pero la mayor preocupación era jugar a gran nivel y lo
logramos. Barcelona no nos perdía la pista. Estaba obsesionado con
subir un nuevo escalón y convertirse en Tricampeón. La finalísima
nos puso frente a frente. Fue necesario jugar un partido definitorio en
Ambato, porque “cada gallo había cantado en su gallinero”.
Barcelona nos ganó en el Modelo de Guayaquil con un 4 a 2, que parecía
liquidar la serie. Uno de Emeterio Vera, dos goles de Carlos Torres
Garcés y el restante de Paulo César ponían al once amarillo, según la
prensa porteña, a probarse la corona por tercera vez consecutiva. José
Voltaire Villafuerte dos veces desde el punto penal, redujo la cifra. El
empate le bastaba al cuadro canario para dar la vuelta en la capital.
Tenía una buena nómina, bajo el comando de Pablo Ansaldo. Atajaba el
‘Gato’ Edgar González. En la defensa sobresalían Flavio Perlaza y Duval
Altafuya. De medio campo hacia adelante estaba fortificado. Jugaban
Galo ‘Mafalda’ Vásquez, el ‘Colorado’ Alberto Andrade y movía los
hilos, el ‘ex palillo’ Carlos Torres Garcés, que había abandonado la
punta derecha, posición en la que brilló en el Nacional de 1973 para
manejar los tiempos desde la función de número ‘10’. La vanguardia
tenía a tres hombres con hambre de gol. A Juan Madruñero que volaba
por las puntas y embocaba; al ‘Apache’ Alcides de Oliveira, que lanzaba
misiles y poseía gran técnica y Paulo César, que aparecía como un rayo
para meterla en la red.
En la revancha en Quito, ganamos merecidamente y empatamos la
serie. Amortiguamos la euforia de la hinchada amarilla y sobretodo,
revivimos la esperanza y la confianza en nuestra parcialidad. Después del
triunfo, almorzamos e inmediatamente viajamos en bus hacia Ambato.
A la entrada de la ciudad de ‘Los Tres Juanes’, está ubicado el famoso
Cuartel Esmeraldas. Cuando ibamos a pasar frente al reparto militar,
el gerente del club, el coronel Gerardo Mesías, le ordenó al chofer que
ingrese al destacamento, y anunció que ahí ibamos a hospedarnos.
Me subió la mostaza a la cabeza. “¿Por qué acá?”, pregunté en voz alta
ante la complacencia de los jugadores que sabían que tenían todo mi
respaldo y que era inflexible en ese tipo de circunstancias. No había
razón para incomodarnos.
Memorias de un triunfador 179