Page 183 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 8
Por fin arribamos a la tribuna de Los Shyris, a las 11 y media de la
noche, donde nos esperaba una multitud y un grupo de orquestas para
ponerle sabor a la noche del festejo. Los jugadores estaban extenuados.
Todos estábamos cansados y con ganas locas de estar junto a nuestras
familias. Habíamos permanecido concentrados durante 20 días,
porque eran partidos de vida o muerte. Nos metimos de cabeza en el
cumplimiento del objetivo y lo logramos. Esa era la gran recompensa.
Yo repasaba mentalmente el ofrecimiento que le había efectuado a
un militar de honor como el general Piñeiros. Lucho me abrazó y me
dijo: “Me gustan los hombres que cumplen su palabra”. Había firmado
para ser campeón. Siempre supe el riesgo que corría, con semejante
compromiso, pero lo hice confiando en las fabulosas facilidades que
me entregaba el club. Contaba con una infraestructura de primera,
concentración, canchas, implementos deportivos, un plantel rico
en cantidad y en calidad, pagos cumplidos al día como un reloj y un
respaldo irrestricto y masivo de la directiva, que comandaba Lucho
Piñeiros. Más no se podía pedir.
Manejé un plantel con categoría,
temple, personalidad, amistad,
entrega total, actitud, garra, tem-
peramento y mentalidad gana-
dora. Una suma complicada de
virtudes, que no se las encuentra
en cualquier equipo. Ese partido
final en Ambato lo tengo grabado
en el fondo de mi alma. Me alegró
no haber defraudado a tanta gente
que nos acompañó al Bellavista,
entre los que estaban algunos fa-
miliares que no se como hicieron
para llegar al vestuario y regalarme
un abrazo. Ese equipo vive en mi
corazón. Jamás tembló. Ni cuan- Carlos Ron, el pulmotor de Nacional. Un
do nos lanzaban ‘pica pica’ y nos volante de casta que bañó con su sangre la
cancha del Bellavista. Un crack.
insultaban sin piedad.
Memorias de un triunfador 183