Page 186 - LIBRO ERNESTO
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Ernesto Guerra Galarza
Seguramente, pensó en lucirse y mostrarse en un campo brasileño.
‘Cielito’ era un crack y un ferviente admirador del fútbol de ese país. Lo
único cierto es que colocó la primera piedra de una noche tenebrosa.
Marcharnos en ventaja al vestuario al término de la primera fracción
habría tenido un enorme efecto sicológico, porque no siempre se
presenta la oportunidad de adelantarse en el marcador a la selección
brasileña en su propia cancha. Pero en realidad, salimos golpeados a la
etapa complementaria. No alcanzamos a recuperarnos en los quince
minutos de descanso. El efecto fue inverso, el error de Villafuerte nos
dejó con la moral por el piso.
Lo que vino después fue una catarata inmisericorde de goles. El drama
empezó con un gol imposible de Eder en la entrada del complemento.
Desde la media cancha, volcado sobre el lado izquierdo sorprendió al
‘Bacán’ Delgado que estaba dormido. Era imposible meter un gol de
semejante distancia, sin que el arquero atine a reaccionar.
Delgado que era un fenómeno y también un bicho raro, registraba
tardes en las que dejaba pasar todas las pelotas que llegaban sobre su
arco. Y esa fue una de ellas. El equipo se desmoronó como un castillo
de naipes. Roberto Dinamita en dos ocasiones, Renato Gaúcho y Tita
le dieron carácter de catástrofe a la goleada.
Terminado el partido y el bochorno, ingresé al camerino y comencé a
caminar a la espera de que los jugadores terminaran de ducharse. Sentía
que se enjabonaban, repitían la dosis incansablemente y no salían.
Había pasado más de una hora, cuando les ordené que abandonaran el
baño y que se sentaran.
También les pedí lo mismo a Carlos Coello Martínez, presidente en
ese entonces de la Federación Ecuatoriana de Fútbol y a Juan Araujo
Estévez, que cumplía la función de preparador físico. Y comencé a
disparar munición gruesa, porque estaba profundamente dolido.
“Levanten la cabeza”, les dije con voz firme y enojada, al tiempo de
anunciarles que no ibamos a Montevideo, como estaba previsto para
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