Page 189 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 9



               Maldonado cumplió la orden y la consigna al pie de la letra. Le pegó
               duro y rasante y el balón no se elevó, que era mi gran temor. Y sí, corrió
               a cubrir con sus brazos a Ubaldo Fillol, que no entendía nada.

               Mientras tanto, ordené el ingreso del aguatero a la cancha para que no
               se mueva la pelota inmediatamente, pero el árbitro boliviano hizo que
               el juego continúe.

               “Hoy no nos ganan ni los argentinos ni nadie”, volví a repetir, sin presen-
               tir que Ortubé planeaba un robo monumental y descarado que protestó
               toda América. Es cierto que hizo jugar cerca de 15 minutos de compen-
               sación. Pero el verdadero problema no fue el tiempo que extendió, desde
               luego sin razón. El atraco fue que se inventó un penal de la nada.


               Entraron dos jugadores argentinos y chocaron entre ellos. Ningún ecua-
               toriano los tocó. ‘Bolo’ Ruiz estaba tras las 18 yardas y Ortubé, que de-
               mostró que era un sinvergüenza de ‘siete suelas’ vio una falta sobre Jorge
               Rinaldi que soló existió en su imaginación. Burruchaga se encargó de
               legalizar el robo, venciendo con tiro cruzado a Israel Rodríguez.


               Un prestigioso diario de Montevideo, haciéndose eco de la fechoría
               del árbitro boliviano colocó en su portada al siguiente día, un titular
               que me ahorra explicaciones: “Si no es por Ortubé, todaviá estábamos
               en Núñez”, rezaba el rotativo charrúa. Quedaba claro que el pito del
               altiplano iba a agregar el tiempo que fuera necesario hasta encontrar
               una jugada que pueda disfrazarla como tiro penal y salvarles de la
               derrota a los argentinos.


               Después del partido y conociendo mi efervescencia ante las injusticias,
               varios me preguntaron, que le dije a Ortubé. No alcancé a decirle nada,
               porque los cínicos se convierten en fantasmas. Pitó el final y se esfumó.
               Los ‘caraduras’ siempre cuidan sus facciones.


               Ese partido jugado en Núñez, como hombre de fútbol, me dejó
               una impercedera satisfacción. Como jugador ya le había ganado a la
               selección de Argentina en 1960 por 2 a 0, con un gol mío y otro de
               Mario Zambrano, y como técnico, a ese partido lo considero como un

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