Page 187 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 9
halagarles, sino que viajábamos directo a Buenos Aires a preparar el
partido de vuelta con Argentina.
“Quiero que contraten un equipo de proctólogos para que les realicen
un chequeo minucioso, porque en Buenos Aires voy a presentar un
equipo de hombres, no un grupo de débiles que se solazan asaltando a
una viejita a las doce de la noche y se creen verdaderos varones. Estoy
seguro que si hoy presentaba a once lechuceros (taxistas) de la Plaza
del Teatro no me hacen cinco goles”, les martillé con bronca y frente a
frente. Estaba enardecido, fuera de control.
Efectivamente viajamos a Buenos Aires y aparecieron las dificultades.
No nos querían prestar la cancha, porque habíamos aparecido dos días
antes de lo previsto. La verdad, tenían razón. No era problema de ellos,
era un problema nuestro.
“¿Qué les pasa a estos vicecampeones de Las Malvinas?”, pronuncié
para manifestar mi enojo, porque nos tocó entrenar en el parque de
Palermo. Al día siguiente fuimos a realizar el reconocimiento de la
cancha de River, en el estadio Monumental que era el escenario fijado
para la realización del partido.
Yo seguía enojado, estaba enloquecido y encastado a la vez. Ya había
decidido realizar varios cambios. Hablaba poco. Alguien del cuerpo
técnico me contó, que los jugadores morenos preguntaban: ¿qué es
un proctólogo? Ya en el vestuario, a pocos minutos del arranque del
partido que se jugó en plena época invernal a una temperatura de 3 o 4
grados, me despaché con una arenga que sacudió al grupo.
“Esta noche no nos gana nadie, porque estoy seguro que van a lucir
la camiseta tricolor, hombres de verdad que la respetan y la quieren.
Tengo confianza que este equipo mostrará a 11 varones con honor”,
precisé y el equipo saltó a la cancha, registrando un cambio masivo.
Puse a Israel Rodríguez en el arco; Alfredo Encalada, Orly Klinger,
Wilson Armas y Hans Maldonado en la defensa; José Jacinto Vega,
Bolívar Ruiz, Tulio Quinteros y José Villafuerte en el medio campo;
Vinicio Ron y Lupo Quiñónez en la vanguardia.
Memorias de un triunfador 187