Page 37 - LIBRO ERNESTO
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Capítulo 1



               gran declamador. Al oirle recitar poemas de Raphael De León me entró
               el gusanillo y aprendí algunos de ellos que recitaba en las reuniones
               familiares. Varias veces también recité en público y fui felicitado por
               mis dotes como declamador. Me aprendí ‘La Profecía’, ‘Romance del
               Acabose’ y otros poemas más.


               Para responder a mis funciones de camarinero, le llevaba al hijo de
               María Calvopiña, cocinera de la familia, para que cumpla con los
               trabajos que tenía que realizar, mientras yo disfrutaba del espectáculo.
               Conocí a la gran recitadora de fama internacional, Bertha Singerman.
               También llegó la Compañía de Carmen Amaya, gran bailadora de
               flamenco, con el trío de zapateadores ‘Sol, Terremoto y Lucero’. Toda
               la compañía era de gitanos.


               De los actores nacionales me recuerdo a casi todos los que formaban la
               Compañía Gómez Albán. Su director y principal actor Ernesto Albán
               Mosquera; su esposa y primera dama, Isabel Gómez, más conocida
               como ‘Chavica’; Marco Barahona, actor de carácter; Telmo Vásconez,
               Sergio Araujo, cuñado de Carlota Jaramillo; Abraham Cevallos, galán
               joven y Oscar Guerra, el ‘Sarsosita’ de las estampas quiteñas.

               Conocí a los más prestigiosas políticos de esa época. Mi padre siempre
               luchó por la justicia y la libertad, y como tenía su negocio junto a la
               Casa del Obrero, frecuentaban varios personajes como Pedro Antonio
               Zaa, Juan Isaac Lobato, Víctor Zúñiga, Telmo Hidalgo, Miguel Ángel
               Guzmán; dirigentes indígenas como Dolores Cacuango de Riobamba;
               Tránsito Amaguaña de Cayambe y Miguel Lechón, que posteriormente
               traicionó a sus compañeros.


               Fueron los intelectuales de izquierda los que elaboraron el mejor
               Código de Trabajo de América que fue aprobado por el Congreso
               Nacional y ejecutado por Velasco Ibarra, cumpliendo una de las
               primeras promesas realizadas en el discurso que dio en la Plaza Arenas,
               después de la Revolución del 28 de mayo de 1944, cuando derrocaron
               a Alberto Arroyo del Río. En su gobierno se firmó el Protocolo de Río
               de Janeiro.



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