Page 38 - LIBRO ERNESTO
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Ernesto Guerra Galarza



            LOS JUEGOS dE MiS AñOS infAnTiLES


            Eran creados por nuestra iniciativa e ingenio. Jugábamos ‘perros y
            venados’, ‘chullas y bandidos’, ‘la rayuela’, ‘los zumbanbicos’, que eran
            las tapas de las colas. Se las laminaban y hacían dos pequeños huecos
            en el centro por donde se pasaba una piola de lino y se jugaba entre
            dos contrincantes y el que rompía el hilo del compañero era el que
            ganaba.

            Los trompos eran de madera y se envolvían con una piola de lino y
            triunfaba el que los hacía bailar más tiempo. Al perdedor se le quiñaba
            varias veces el trompo y se rompía en algunas ocasiones. En Finados,
            se  jugaba  a  los  cocos  que  venían  del  sur  del  continente.  Mi  papá
            compraba los bultos en la importadora La Frutera que estaba en la calle
            Chile frente al edificio del diario El Comercio. Se jugaba a la bomba
            entre varios jugadores y con un rulimán más grande que los cocos se
            procuraba sacarlos y ganaba el que mayor número conseguía.

            También se jugaba con la perinola que medía de 6 a 8 centímetros,
            tenía forma cuadrada y varios lados que contenían una letra. La ‘P’,
            ponga; la ‘S’, saque; la ‘T’, todo; la ‘N’, nada y se le hacía girar como
            un trompo con las yemas de los dedos pulgar e índice. Según la letra
            que salía, era la suerte que le tocaba al jugador. Aprendí casi todas las
            variedades de los juegos de la época.


            Mi pasión por el fútbol comenzó jugando con los guambras del
            barrio, utilizando una pelota de trapo. Nos reuníamos al final de
            la calle Manabí, donde quedaba la Casa de Rastro o Camal, donde
            faenaban a los animales  para el consumo de carne en la ciudad.
            Cerraban los sábados y los domingos. En ese lugar actualmente
            está el Mercado Central y el Coliseo Julio César Hidalgo. Ahí
            jugábamos nuestros grandes partidos de la niñez. Lo hacíamos con
            la pelota de trapo, hasta que mi mamá nos compró el primer balón
            de cuero, en el local del talabartero del barrio, el señor Narváez,
            abuelo del periodista Félix Narváez. Él también confeccionaba los
            carriles para llevar los libros a la escuela. Eran muy parecidos a las
            mochilas actuales.

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