Page 25 - Mikorey, Max - Judaismo y criminalidad
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existentes y transmiten a los jefes sus descubrimientos. Esta de por sí el abominable
acción, recibe aun un agregado de ruindad y abyección por el hecho de que los
baldower, cuando hablan de la riqueza de una infeliz víctima, por lo general hacen
descripciones exageradas para incitar más todavía a los jefes. La consecuencia es que
datos, cuando en los saqueos no encuentran los tesoros esperados y prometidos, en la
firme convicción de que se los ha escondido, martirizan a sus víctimas para obtener
información al respecto. Es a estos perversos baldower, que se valen del manto
encubridor de la amistad, a quienes el saqueado debe casi siempre las inauditas
crueldades. ¿Y, sin embargo, todavía puede haber gobiernos que los toleran, que no
les aplican el merecido castigo? Los bandidos saben demasiado bien que sin los
baldower no podrían desempeñar su oficio, por eso los recompensan
extraordinariamente bien. Reciben una parte igual a la del capitán de bandidos, a la
del que tiene el mando, y esto es una costumbre tan arraigada, una ley tan
inquebrantable, que cuando se les negó su parte, los baldower hicieron tal escándalo y
se mostraron tan furiosos, que únicanmente se sosegaron cuando se les entregó la
misma. Con harta frecuencia los espías también son los compradores de las
mercaderías robadas (Scherfenspieler), y sacan así doble ventaja de su acción
traidora."
Recién en el período posterior a las Guerras de Liberación se advierte una mejora en
el desempeño de la policía y un descenso en el número de los asaltos y robos
sangrientos. Pero la criminalidad judía simplemente se adapta. Y sus efectivos no
merman. En el año 1820 el Oberkriminalgerichtsrat (29) Schwenke publicó en Kassel
noticias sobre 650 de los notorios bribones y pillos judíos, que tornaban insegura
principalmente a Hessen. Entre estos criminales aparece un buen número de los ya
para nosotros conocidos viejos miembros de las bardas de facinerosos renanos, lo que
demuestra que después de 20 años continuaban en pie de guerra contra la ley, el orden
y la propiedad de los no-judíos.
El entonces deplorablemente administrado Mecklenburg, era el territorio donde el
bandidaje se había desarrollado con especial intensidad alrededor de 1800. Este vasto
país, de escasa población, había sufrido extraordinariamente en la Guerra de los Siete
Años, a raíz de las desconsideradas requisas de los prusianos. El orden estatal era
débil y los pocos húsares rurales, que no siempre disponían de caballos, no estaban en
absoluto en condiciones de mantener alejados a los delincuentes merodeadores,
quienes, por otra parte, eran empujados hacia allí por la activa policía prusiana, a
través de las fronteras sur y este, y por la policía danesa desde Holstein.
Funcionarios eficientes como el Drost (30) de Suckow, cuya lucha desesperada contra
el bandolerismo nos describe Witte en sus Kulturbilder aus Alt-Mecklenburg (31), no
siempre encontraron el necesario apoyo de las autoridades superiores, faltando por
completo un trabajo conjunto contra la criminalidad. Es así que todo el mundo
conocía la existencia de albergues donde se daban cita los maleantes, como el
"Blechener Krug" y aun en el lapso comprendido entre 1805 y 1812, el robo de