Page 25 - Bochaca Oriol, Joaquín Democracia show
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ninguno de ellos sentía la vocación de convertirse en un Bruto ( ¡con perdón! ). Pero, prescindiendo
                  de la espada y del veneno, no les estaba vedado considerar la adopción de alguna estratagema
                  menos ruda y más sutil, que hiciera caer al incordiante ministro de su pedestal.



                  En tal disposición de espíritu, la idea de esa estratagema se le ocurrió a Cousteau de la manera
                  más fortuita. Una noche, hablando con los corresponsales en París de la Gazzetta del Popolo
                  pronunció ante ellos, incidentalmente, el nombre de Salandra, un político que jugó en 1915 un
                  papel capital para arrastrar a Italia a la guerra mundial, al lado de los Aliados, cuando justamente
                  tenía un tratado de alianza vigente con las potencias Centrales. Al oír el nombre de Salandra,
                  Cousteau vió a sus tres colegas hacer el mismo gesto desconcertante llevar a toda prisa la mano
                  izquierda a sus testículos. Y cada vez que Cousteau reintroducía el nombre de Salandra en la
                  conversación, los italianos repetían el gesto extraño.
                  Hasta que terminaran por explicarle que Salandra era un jettatore; es decir, que tenía mal occhio, o
                  mal fario como dirían en el Sur de España. O, por lo menos, el pueblo italiano estaba convencido
                  de ello. Y para conjurar los maleficios inherentes a la evocación de un personaje tan temible, era
                  indispensable realizar esa pequeña e intrigante gimnasia manual.    Hubo que repetirlo varias veces
                  a Cousteau que creía que sus colegas italianos le querían tomar el pelo. Y es que, así como hay
                  personas que creen ciegamente en los pobres poldevos, hay otras que ante cualquier
                  manifestación de credulidad metafísica -ya se trate de los trances de los grandes místicos o del
                  tercer cigarrillo que no se quiere encender con la misma cerilla- creen, inmediatamente, en una
                  tomadura de pelo.

                  Pero no era ese el caso. Los redactores de la Gazzetta del Popolo no bromeaban. El nombre de
                  Salandra les espantaba genuinamente. Al conjurar, con la mano sobre sus testículos, el mal ojo del
                  difunto Salandra, actuaban con la mayor seriedad. Y cuando los colegas de Cousteau, en Je Suis
                  Partout empezaron a pincharles evocando sistemáticamente el fantasma de Salandra las cosas
                  tomaron un mal aspecto. Los italianos se volvían literalmente locos; se escondían; dudaban en
                  contestar al teléfono, palidecían de angustia. Hasta que, finalmente, su jefe de redacción hizo una
                  gestión casi oficial para que los franceses cesaran de hacerles rabiar mencionando
                  constantemente a Salandra. Cousteau y sus amigos, naturalmente, dejaron de molestar a sus
                  colegas transalpinos, pero el episodio les hizo reflexionar.    Habían encontrado un medio cómodo
                  de poner fuera de combate a un estadista italiano...

                  ¿Porqué no iba a tener mal occhio el Conde Ciano O bien, si no lo tenía realmente, bastaría con
                  persuadir de ello a sus compatriotas -lo que, después de todo, en materias de fé significa lo mismo-
                  para que le fuera imposible mantenerse al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores. En ese caso,
                  además, el régimen importaba poco. Que Italia sea democrática o dictatorial, la carrera de un
                  político queda destrozada desde el momento en que se le empieza a atribuir el mal occhio, desde
                  que se empieza a conjurar, testículos en mano, las influencias nefastas del jettatore.

                  La empresa no era imposible. Bastaba con insinuar obstinadamente, sistemáticamente, en un
                  número suficiente de gacetillas y artículos astutamente repartidos en el conjunto de la prensa,    que
                  el esposo de Edda Mussolini traía la negra a todos los que se le acercaban.    Poco a poco, la idea
                  se iría instalando en la mente de los franceses. Y los italianos residentes en Francia, empezando
                  por los agregados de prensa , serían fatalmente afectados por esa    propaganda y no dejarían de
                  comunicar discretamente su certeza a sus parientes y amigos del Este de los Alpes . Entonces,
                  Ciano    no tendría más remedio que renunciar a la popularidad, a sus pompas y a sus obras, hacer
                  la maleta y volverse a casa.

                  Tal fue el plan de acción que adoptaron los fascistas franceses de Je Suis Partout.    Para que los
                  escritos revelando los maleficios del ministro fascista tuvieran más verosimilitud, era preciso, de
                  entrada que parecieran ser el reflejo se lo que se decía en la misma Italia Se murmura en Roma
                  que... Además, también era necesario que dichos escritos no fueran solamente el eco de un rumor,
                  más o menos fastidioso; era imprescindible que ese rumor fuera corroborado por hechos
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