Page 62 - Bochaca Oriol, Joaquín Democracia show
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EL ESTADO NIÑERA


                  Pese a la creencia general de que cada día hay más libertad, es un hecho histórico que cada día
                  hay menos. Jaime II de Aragón tenía que luchar a brazo partido con su Parlamento para arrancarle
                  los subsidios necesarios para las guerras de Cerdeña y Sicilia.    Lo mismo le sucedía a Carlos V,
                  pese a sus dos coronas, la española y la alemana, y no siempre lograba lo que se proponía.
                  Conocida era la cicatería de los cuerpos orgánicos, Cortes y representaciones auténticamente
                  populares de épocas pretendidamente oscurantistas, a la hora de discutir, de todo, y sobre todo, de
                  dinero, con monarcas y jefes de Estado. Pero aquéllas, ya hemos dicho, eran épocas retrógradas y
                  privadas de Libertad.    Hemos escrito esta palabra con mayúscula, como abstracción que es.
                  Ahora hay Libertad, en abstracto.    Antes, sólo había libertades, con minúscula, pero muy
                  concretas.

                  Incluso Luis XIV que soltó aquello tan soberbio de El Estado soy yo, debía pedir dinero a sus
                  parlements y, en última instancia, a sus banqueros, y a veces se lo daban, o se lo prestaban, pero
                  muchas veces se lo rehusaban. Y pedía soldados al Duque de Borgoña, vasallo y súbdito suyo,
                  para que le ayudaran en la lucha contra Inglaterra, y aquél le decía que se lo pensaría, y tras
                  pensárselo, le daba menos de la tercera parte de lo que le pedía el Monarca, y éste todavía le
                  daba las gracias.

                  Los tiempos han cambiado. Hoy la Democracia -nos dicen- impera por doquier. Todos tenemos
                  nuestros derechos, codificados en innumerables cuerpos legales y constituciones. La garantía de
                  que tales derechos no queden en pura letra muerte la constituye nada más y nada menos que el
                  Estado. El Estado moderno y democrático. Este último apelativo ya debiera sobrar, pues desde las
                  viejas naciones de Europa hasta las nuevas naciones semiasiáticas, como la U.R.S.S. pasando por
                  los nuevos estados más o menos independientes que emergen a diario en Africa y Asia, e incluso
                  en Oceanía, todas ellas se autodenominan democráticas. Y cuando los nuevos políticos se quieren
                  insultar los unos a los otros la suprema injuria consiste en poner en duda la legitimidad
                  democrática del insultado. Hoy hay mucha democracia. Y todos -es decir, unos cuantos periodistas
                  y las fuerzas fácticas que los inspiran- suspiran por más democracia. Y como ya hemos dicho que
                  la salvaguardia de la Democracia es el Estado (naturalmente, democrático), resulta que a más
                  democracia, más Estado.    O sea, más poder del Estado.

                  El Estado, como Hacienda en España, somos todos. Todos los electores se entiende. Y si somos,
                  en números redondos 26 millones de votantes potenciales, el poder individual de cada uno de
                  nosotros nos da, sobre el control efectivo de las actividades del Estado, una veintiseismíllonésima
                  parte. O, si lo queremos en números, la fantástica cifra de 0,00000003. Que un luxemburgués
                  tenga sesenta y ocho veces más poder democrático que un español debe llenarnos de envidia.
                  De santa envidia, se entiende.    De noble emulación, en una palabra.

                  Nietzsche, ese genio intercambiable, cuyas referencias sirven tanto a anarquistas,
                  ultraizquierdistas, ultraizquierdistas menos ultras que los anteriores, ultraderechistas e incluso a
                  modernos curas intelectualoides, ansiosos de épater a la clientela de sus púlpitos (116), Nietzsche
                  el grande, el contradictorio, el siempre interesante Nietzsche dio una definición que se nos antoja
                  muy correcta del Estado el más frío de los monstruos fríos apuntillando luego las mentiras fluyen
                  constantemente de su boca y, la mayor de todas es yo soy el pueblo.
                  El Estado -cualquier Estado- lo forman dos capas muy diferenciadas, que acaban
                  interpenetrándose en una especie de simbiosis impuesta por la realidad, por los imperativos de la
                  vida tal cual es. Unos funcionarios profesionales, generalmente fijos, y unos políticos que van
                  sucediéndose a si mismos, captando. nuevos adeptos por cooptación, cuando no por imposición
                  de los poderes fácticos ya aludidos. Por otra parte, para vivir hace falta dinero. No nos hace falta
                  autocitarnos para demostrar la tesis, ya generalmente admitida, de que Dinero es Poder. Y que
                  esas dos tremendas realidades que conviven, que deben convivir en el mundo tal cual es, o tal
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