Page 57 - Bochaca Oriol, Joaquín Democracia show
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y culto país. Ahí tenemos los casos antológicos del gran demócrata-cristiano de izquierdas
François Mauriac, dedicando afectuosamente su libro La Farisea al Teniente Heller, de la
Propaganda Staffel, y al inmarcesible buda de la Gauche Divine, Jean-Paul Sartre, estrenando Las
Moscas y Huis-Clos ante sus amigos de la Wehrmacht y la Gestapo a los que había invitado
personalmente; y el director de Le Figaro Pierre Brisson alabando al régimen de Vichy por su
estatuto discriminatorio contra los judíos franceses y al escritor Francisque Gay escribiendo una
carta a la Gestapo para afirmar su colaboracionismo y reprobar los excesos de la Résistance, para
luego, los señores Mauriac, Sartre, Brisson y Gay convertirse en infatigables cazadores de
franceses malos que habían, libremente, opinado que más valía una victoria alemana que una
soviética. Pero creemos que el más fino de los camaleones galos fue el excelente escritor católico
Paul Claudel, que escribió una Oda al Mariscal, en tiempos de Pétain, para luego transformarla,
aprovechando el consonante, en Oda al General, cambiando sólo una palabra de tal composición
poética. Rigurosamente histórico.
En Italia, en 1944, se produjo, con Badoglio, una verdadera explosión de sabiduría, pues el cambio
de opinión de todos, políticos, militares, intelectuales, fue tan radical como súbito. Las
excepciones pueden contarse con los dedos de una mano. El lugar de honor lo merece, por su
rango, Su Majestad Victor Manuel III, que traicionó a Mussolini al que debía haber salvaguardado
su vacilante trono en 1923. Luego, los demócratas, echarían a Su Majestad como una criada sin
sindicar. Y ya que estamos en Italia no estaría de más mencionar el caso del escritor Curzio
Malaparte, alias literario del hebreo Curzio Suckert que fue sucesivamente fascista, monárquico,
republicano en sus dos vertientes derechista e izquierdista, y finalmente comunista de tendencia
maoísta. ¡Admirable!.
En toda la Europa ocupada, en la última guerra, hubo hombres sabios, que tuvieron el coraje de
rectificar sus opiniones, en lugar de aferrarse estúpidamente a convicciones que la experiencia
demostraba eran nefastas. Pues, ¿acaso se quiere mejor demostración de la maldad de unas
convicciones que la derrota militar de los que las propugnaban Ahí está el caso del conocidísimo
político profesional belga Paul-Henri Spaak, ofreciéndose a Hitler para que le nombrara Primer
Ministro de su país ocupado por los alemanes en 1940, y, al negarse aquél, darse cuenta de que la
verdad se hallaba en Londres, donde resistió políticamente para llegar luego, tras la Liberación,
nada menos que a Primer Ministro ( ¡para que se fastidiara Hitler en el Más Allá, él, que le negó
ese cargo!), a Presidente de la Asamblea de la ONU y a Secretario General de la O.T.A.N.
Y ahora, una vueltecita por los países anglosajones. Ahí, también, nos encontramos con el
embarras du croix. Sobran ejemplos.
En Estados Unidos, sin ir mas lejos, los candidatos a la presidencia, presentados por el Partido
Demócrata, y ello desde los tiempos de Franklin Roosevelt, abogaban, en su programa, por
medidas segregacionistas en los estados del Sur. Todos ellos, sin excepción alguna, cuando llegan
a la presidencia, hacen exactamente lo contrario de lo prometido, es decir, promueven y aceleran
la integración racial. Es un hecho Roosevelt, Truman, Kennedy, Johnson y Carter, mintieron,
desaforadamente, a sus electores, al menos en ese punto de su programa; punto capital en la
política interior norteamericana. Woodrow Wilson, también del Partido Demócrata, se había
comprometido a no mezclar a su país en ninguna conflagración europea. El pacifismo fue, por así
decirlo, el motor de su campaña electoral. Hasta 1917, es decir, hasta entrado el tercer año de la
Guerra Europea, Wilson mantuvo una 'relativa neutralidad; y decimos relativa por que sus
simpatías y sus gestos benévolos, además de su apoyo diplomático en ocasiones, se decantaba
más hacia Alemania y sus aliados que hacia los países de la Entente. No obstante, Wilson, muy
imbuído de su papel de campeón de la Paz, multiplica las gestiones para obtener el alto el fuego
en el Viejo Continente. Berlín se muestra dispuesto a la apertura de negociaciones, cuando iba
venciendo militarmente, pero Londres y París ni siquiera se dignan contestar a sus propuestas y
Wilson exclamará que ingleses y franceses hacen gala de una mala fé exasperante (100). En otro
lugar hemos hablado de la génesis de la volte face de Wilson (101). Un giro copernicano sin
precedentes. Y Wilson, cediendo a presiones sionistas -lo que ha sido admitido por distinguidos