Page 52 - Bochaca Oriol, Joaquín Democracia show
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unos 118.500 votos, es decir, un 0.3 por ciento de los votantes y algo más de un 0.1 por ciento de
                  los electores. La víspera del día fijado para los comicios, el siempre infalible Instituto Gallup
                  anunció una mínima victoria de Nixon. El insólito error del Gallup causó sensación. Ahora bien ¿se
                  equivocó realmente    Nixon pidió recuento de votos. El Consejo Constitucional tiene poderes para
                  ordenar un tal recuento cuando existen fundadas dudas sobre el resultado final o cuando hay
                  indicios de posibles fraudes electorales. Indicios, repetimos; no son imprescindibles las pruebas,
                  por otra parte, difíciles de obtener, en tales casos.

                  El Comité electoral de Nixon pretendió haber aportado pruebas de flagrantes fraudes cometidos en
                  favor de Kennedy, y posteriormente, casi medio año después, se demostró que en Chicago, la
                  tradicional capital del hampa habían votado unos 75.000 muertos, y que muchos otros votos de
                  cadáveres se habían producido en Florida y las dos Carolinas.    En dos condados de Idaho se
                  pudo demostrar -aunque también demasiado tarde- que los resultados, oficialmente favorables a
                  Kennedy, habían sido intervenidos, pues el vencedor real había sido Nixon. Un fraude similar se
                  constató en los condados de Kemper y Holmes, Mississipi. Olvidándonos de los cadáveres
                  votantes de Chicago, las Carolinas y Florida, el simple recuento en los cuatro condados
                  incriminados de Mississipi e Idaho hubiera dado el triunfo a Nixon, al cambiar el signo del resultado
                  en los dos Estados. Nixon, entonces, hubiera sido el trigésimo quinto presidente norteamericano,
                  en vez de Kennedy, aún y cuando hubiera obtenido unas docenas de miles de votos menos que su
                  rival. Por paradójico que parezca, esto es posible, por cuanto la presidencia se alcanza por
                  mayoría de representantes en la Cámara (diputados) y no por mayoría de votantes. De hecho
                  hubiera sido la cuarta vez que ello sucediera en la gran democracia americana. Las tres veces
                  precedentes en que ocurrió tal aparente anomalía fueron en 1824, en que el 30.5 por ciento de
                  votos emitidos le bastaron a John Quincy Adams para alcanzar la presidencia pese a los 43.1 por
                  cien del derrotado Andrew Jackson.    En 1876, en que Rutherford B. Hayes, Presidente, obtuvo un
                  48 por ciento contra el 51 por ciento de Samuel Tilden.    En 1888, Benjamin Harrison, Presidente
                  con un 47.9 frente a los 48.6 del vencido Grover Cleveland.    En 1961, según todas las trazas,
                  Nixon alcanzó la victoria tanto en votos como en representantes; pero según se demostró, por lo
                  menos en representantes debió haber sido proclamado vencedor y ello bastaba. O hubiera debido
                  bastar (93).


                  Otro caso de imperfección mundana lo constituyeron, también en los Estados Unidos, las
                  elecciones municipales de Kansas City, en 1934. El dirigente del Partido Demócrata en esa ciudad,
                  utilizó los servicios de veinte hampones para intimidar a los candidatos de los Partidos Republicano
                  y Fusionista y a electores que se suponían adversos. Centenares de éstos fueron apaleados con
                  bates de béisbol; cuatro personas murieron y otras once fueron hospitalizadas, incluyendo un
                  periodista. En las elecciones en cuestión, obvio es, resultó vencedor el Partido Demócrata, que
                  obtuvo ocho de los diez escaños en liza. Con tan amplia mayoría, el líder del Partido Demócrata en
                  Kansas City, un tal Pendergast, que no pasará ciertamente a la Historia -y ello será injusto- pudo
                  lograr que fuera elegido como Senador un oscuro vendedor de camisetas, llamado Harry Salomon
                  Schippe Truman, sionista notorio, que llegaría a Presidente y se haría famoso por haber dado la
                  orden que posibilitó que 135.000 personas fueran atomizadas en catorce segundos.

                  Otro caso irregular -para usar un eufemismo lo menos duro posible- y en el que también estuvo
                  envuelto un futuro Presidente de los Estados Unidos, se produjo en las elecciones senatoriales
                  primarias de 1948, en el Estado de Texas. Según los resultados oficiales, Lyndon B. Johnson
                  resultó vencedor con una ventaja de 87 votos; ventaja realmente apretada si tenemos en cuenta
                  que estaban censados más de nueve millones de electores y que cuatro millones de ellos
                  acudieron a las urnas. No obstante, pudo demostrarse, a posteriori, que los partidarios de Johnson
                  habían hecho trampa. Sólo seis días después de la proclamación oficial de los resultados, el
                  colegio electoral núm. 13, en la ciudad fronteriza de Alice, mostró un resultado interesante.
                  Exactamente 203 personas habían votado en el último minuto y, ¡oh, casualidad!, en el mismo
                  orden en que esas personas estaban inscritas en las listas de recaudación de impuestos. 202 de
                  esas personas (todas, pues, menos un bromista infiltrado), votaron por Johnson. Como el
                  candidato Republicano Stevenson protestara ante el Tribunal Supremo, el Juez Hugo Bláck díó el
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